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Columna
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Una bomba de cashmere

Los fabricantes italianos siempre han estado orgullosos estampar el distintivo Hecho en Italia en sus productos. Este signo representó una marca de la independencia cultural y económica, pero con Italia en la peor forma desde la Segunda Guerra Mundial, el lema debería pasar a ser Hecho en Italia, propiedad de cualquier otro sitio .

Implícita en la frase original estaba la idea de que los bienes no solo se producían allí, sino que estaban hechos por empresas locales y por lo general familiares. Esas mismas empresas, grandes y pequeñas, se enfrentan hoy a preguntas existenciales como consecuencia de los problemas fiscales del país y la parálisis política.

En este contexto, la venta del rey del cashmere, Loro Piana, a LVMH, anunciada el 8 de julio, llega como una bomba. Enclavada en las faldas del Monte Rosa, la empresa del norte de Italia dirigida por la sexta generación de descendientes del fundador ha estado comerciando con telas exquisitas durante dos siglos. Tras de barajar la puesta en marcha de una OPV en noviembre, el consejero delegado, Sergio Loro Piana, declaró que la empresa ya no se estaba planteando abrirse a inversores externos.

Sin embargo, siete meses después, el clan ha cambiado de opinión y ha vendido una participación del 80% al conglomerado francés del lujo. El acuerdo, debatido directamente entre la familia y el jefe de LVMH, Bernard Arnault, deja a los Loro Piana nominalmente a cargo, y como accionistas minoritarios. También los hace ricos, valorando la empresa en 2.700 millones de euros. A pesar de todo y teniendo en cuenta la marcha de sus ventas, Loro Piana no tenía necesidad de vender.

Que una joya del capitalismo familiar italiano como esta piense que su futuro será más brillante situado dentro de un grupo francés que si se mantiene independiente es una señal desagradable para el resto de Italia. El capitalismo italiano necesita una liberalización para sobrevivir.

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