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¿Rescate a España?

Parece mentira, pero después ya de casi medio año continúa siendo una de las cuestiones más controvertidas que ahora mismo hay sometidas a juicio de analistas e inversores. Muchos pronósticos ya fracasados y falsas noticias filtradas daban por hecho que el Gobierno español solicitaría la asistencia financiera, como muy tarde, en estos últimos dos meses. Pues ha resultado ser que no. Hemos llegado a diciembre, el Tesoro ha cubierto todas sus necesidades de financiación y refinanciación de 2012, y ya se está atreviendo con las de 2013.

La clave reside en las líneas maestras del novedoso programa OMT del Banco Central Europeo cuya mera existencia, al margen de su posible puesta en marcha, ha puesto coto a la especulación sobre la deuda periférica y ha sujetado las primas de riesgo en niveles menos dolorosos que los conocidos durante el primer semestre del año. Nuestra curva de tipos ha vuelto a tener pendiente positiva, es decir, se paga mucho menos por los plazos más cortos y más por los largos. Podríamos decir que esa curva sería la que podríamos tener en condiciones normales si nuestra economía se encontrara en expansión. Problema: España no crece y parece todavía algo lejos de crecer.

Sin embargo, por el momento nuestro Gobierno ha encontrado una trinchera dialéctica, temporal eso sí, en el inteligentísimo “farol” de Draghi a los inversores. Aferrado a la lógica del discurso de que sin garantías concretas de que la prima de riesgo se fuera a situar como máximo en niveles del 2%-3% no se solicitará la ayuda, el pulso con UE queda en tablas mientras la curva de tipos no devuelva el diferencial como poco hasta los 700 puntos. Por ahora, nuestro tipo a diez años es abultado pero no es descabellado como en el caso de otros periféricos. La jugada del Gobernador del BCE funciona, al menos por el momento: España coloca su deuda en los plazos cortos a tipos que se aproximan a los que obtendría bajo el paraguas del OMT (hay que recordar que el BCE sólo compraría bonos hasta un vencimiento máximo de 3 años), ningún país miembro desembolsa un euro más allá de lo ya comprometido (al menos explícitamente), y los inversores más atrevidos sacan tajada obteniendo rentabilidades del 2%-3%-4% a plazos cortos con tipos de intervención en el 0,5%, caminando sobre el alambre pero con la red de última instancia de Draghi. Todos conformes hasta ahora.

Entretanto, España a regañadientes hace los deberes. ¿Se incumplirá el objetivo de déficit? Es muy probable. Pero aun así, el esfuerzo ha sido notable y los datos preliminares de déficit son gratamente sorprendentes. Las reformas se han emprendido a toda marcha y al menos no nos encontramos ante la situación de embriaguez causada por los “brotes verdes” que había hace exactamente un año. El sector financiero, ahora sí, se está sometiendo a una purga en condiciones ajustando su tamaño a la nueva realidad económica del país. Nada de fusiones en frío ni entramados absurdos. Además, el déficit público parece que se está controlando aunque estemos muy lejos aún del equilibrio, teniendo en cuenta que las consecuencias de practicar los ajustes en un entorno recesivo no hacen sino acelerar la espiral negativa en que nos encontramos.

No va a ser fácil que bajo estas circunstancias los inversores extranjeros vuelvan a depositar su confianza en España (y su dinero). Pero si las agencias de calificación crediticia pedían a gritos en 2011 una batería de reformas y el compromiso ineludible de España con la consolidación fiscal mientras justificaban todas aquellas bajadas de rating, no tendría ningún sentido que ahora el proceso de ajustes que está viviendo nuestro país se interpretase negativamente. Algunos de los desequilibrios más llamativos de la economía española, incluso, están dando síntomas de clarísima mejoría, como por ejemplo la balanza por cuenta corriente que vuelve a terreno positivo tras un larguísimo período en zona de déficit. Deberíamos asistir, por tanto, a cierta mejora en la percepción del riesgo España a corto plazo.

Así, hemos podido comprobar recientemente como algunas grandes corporaciones como Ford o Renault renuevan su apuesta por España con mayores inversiones en Valencia y Valladolid. Todo esto es, al menos, esperanzador.

Por último, hay que hablar también de política. El último factor de distorsión de la realidad española, el órdago independentista catalán, ha quedado desactivado por un resultado electoral mucho más tibio de lo esperado para alivio del Gobierno y de muchas empresas e inversores. Las fracturas políticas no son buenos compañeros de viaje para un país en crisis y este suceso podría haber supuesto un serio inconveniente en el camino hacia la recuperación.

En cualquier caso la sombra del rescate va a seguir planeando sobre España, si bien no parece que la cuestión vaya a tener un desenlace inminente. El reto es difícil de conseguir, pero no imposible. El Gobierno no estará por la labor de solicitar la ayuda a menos que sea algo claramente indispensable y no quede más remedio. Es evidente que los costes políticos y de imagen serían muy elevados, del mismo modo que las contrapartidas y los posibles beneficios parecen muy inciertos. ¿Está justificado entonces que el Gobierno se resista a pedir ayuda si no resulta estrictamente necesario? Puede ser. ¿Está dispuesta Europa a conceder la ayuda sin más requisitos y garantías que los que ya se están entregando? Me cuesta creerlo.

Confiar en una salida a la crisis sin ayuda externa también conlleva un alto riesgo, el de enfangarse en la misma elevando el coste de su factura sin ningún sentido. Entonces, ¿veremos pronto un rescate a España? Yo diría que por el momento no. El Gobierno ha elegido un camino largo y sinuoso, ya veremos si éste acaba siendo o no el acertado.

Alejandro Varela, Gestor de fondos de Renta 4 Banco

@AVarela_Madrid

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