El valor de una política estable
La dimisión de Mario Monti pone a Italia y a su disfuncional sistema político de nuevo bajo supervisión del mercado. Pero no debería ser algo malo.
La posición del primer ministro italiano parecía más frágil día a día. Su prematura dimisión no sorprende. Silvio Berluscooni, cuyo partido ha apoyado al gobierno tecnócrata desde que se formó hace un año, comenzó hace poco a atacarle de cara a las próximas elecciones. Su decisión de presentarse a ellas ha sido el colmo. Durante el fin de semana, Monti decidió renunciar cuando se aprueben los presupuestos.
La salida de Monti no es un gran golpe de Berlusconi. Una consecuencia es que las elecciones pueden anticiparse en un mes o dos. Eso juega a favor del Partido Democrático (PD), de centro izquierda, que lidera las encuestas. Unas elecciones anticipadas también complican cambiar la ley electoral, por lo que el PD podrá beneficiarse de la prima de la mayoría en el Parlamento.
La era tecnócrata ya llegaba a su fin. Pero la renuncia de Monti está avivando las especulaciones sobre una campaña propia como cabeza de una posible coalición de partidos de centro. La pega es que esa posible coalición no ganaría una mayoría, salvo cambios radicales. El caótico final de la tecnocracia recuerda la naturaleza de la política italiana. Berlusconi puede estar debilitado, pero mantiene la capacidad de ser una molestia y podría ser una china en el zapato del próximo gobierno.
El interés del bono italiano ha caído en dos puntos porcentuales, desde el 7% de cuando Monti entró al poder hace un año. No volverá a subir hasta ese nivel: la situación económica no es tan grave como entonces. Además, el compromiso del Banco Central Europeo de comprar bonos ha apagado el ingenio de los mercados. Pero a los inversores no les gustará ver a Monti fuera de la oficina, y sus preocupaciones se traducirán en intereses más altos. Eso debería recordar a los italianos la necesidad de un gobierno estable y responsable, y de políticas económicas sólidas.