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La UE, del revés

Objetivo: un banco bueno y europeo

Imagen de una diana hecha a partir de billetes de euro
Imagen de una diana hecha a partir de billetes de euroThinkstock

Y luego "está el gilipollas de John Thain, aquel jefe deMerrill Lynch que compró para su despacho un juego de cortinas de 28.000 dólares y una alfombra de 87.000 dólares mientras su compañía se hundía". Tan descarnada descripción de un alto ejecutivo deWall Street aparece en Cleptopía, uno de las primeros ensayos en levantar acta de la debacle financiera que el mundo vive desde 2008. El estilo irreverente de su autor, Matt Taibi, cronista de la revista Rolling Stone, recogió a la perfección la ira planetaria provocada por unos mascarones financieros que, tras desplomarse, dejaron al contribuyente una descomunal factura.

Cuatro años después, quién sabe dónde habrán ido a parar las cortinas y la alfombra de Thain. La propia entidad, Merrill Lynch, se disolvió como un azucarillo en las fauces del Bank of America. Pero la indignación popular no ha remitido y las autoridades siguen ajustando las cuentas con el sector financiero. En EE UU, el Departamento de Justicia presentó el pasado miércoles por primera vez una demanda por las prácticas en el mercado hipotecario. Y exigió a Bank of America, precisamente, una indemnización de 1.000 millones de dólares. La semana pasada también se supo, a través de Voz Pópuli, que la Comisión Europea obligó a los ejecutivos de Bankia a devolver las primas multimillonarias recibidas con cargo a 2011, un ejercicio que precedió a la nacionalización de la entidad para evitar su quiebra. Bruselas sabe que la previsible sacudida judicial a este lado del Atlántico se dirimirá en gran parte ante los tribunales nacionales.

Pero la Comisión quiere encauzar, al menos, la consiguiente revisión del marco regulador, con un doble objetivo: intentar que el proceso no derive en una mayor fragmentación de la banca europea, y evitar que se impongan tesis partidarias de una ruptura con un modelo financiero del que pende el tejido industrial del Viejo Continente. "Los experimentos, con agua", advierten fuentes del sector en Bruselas, aunque admiten que el statu quo es insostenible y que la presión de la opinión pública forzará a las autoridades nacionales y comunitarias a adoptar cambios bastante drásticos.

La Comisión, por su parte, espera que las reformas en marcha demuestren a la población que es posible una "banca buena y europea". El desafío ha caído en manos de Michael Barnier, máximo responsable comunitario de servicios financieros en su calidad de comisario europeo de Mercado Interior. Barnier ha señalado que "es legítimo y necesario hacer una reflexión europea [sobre la necesidad o no de cambios estructurales en la banca], sin esquivar ninguna cuestión delicada". Pero el comisario francés parece dudar sobre el camino a seguir, sometido a la presión de unas entidades que, desde Ale-mania, Francia o España, defienden su modelo de negocio y estructura.

Sobre lamesa de Barnier, el reciente informe elaborado por Erkki Liikanen, gobernador del Banco de Finlandia, y otros ocho especialistas (entre ellos, el exsecretario de Estado de Economía José Manuel Campa). El informe descarta una separación total entre banca comercial y banca de inversión, tal y como ha propuesto en EE UU el expresidente de la Reserva Federal Paul Volcker. Bruselas también parece decantarse por mantener el modelo de banca universal (defendido con ardor por las multinacionales europeas) y matizarlo con una mera separación funcional entre las actividades de mayor riesgo y las tareas tradicionales de recogida de depósitos y concesión de préstamos. Al mismo tiempo se oyen los primeros balbuceos de una unión bancaria (regulador único y un fondo común para la garantía de depósitos y la liquidación de entidades), pero se calcula que tardará una década en completarse.

El problema, como tantas veces en esta crisis, es que los acontecimientos se precipitan a un ritmo superior al de Bruselas. Y a nivel político y académico, el debate avanza ya por senderos mucho más revolucionarios (o reaccionarios, porque a veces las revoluciones miran hacia atrás). "Cada país está haciendo su propio Liikanen", alertan fuentes comunitarias, temerosas de que el proceso desemboque en normas dispares, cuando no contradictorias. El propio informe Liikanen describe la lentitud de la reestructuración financiera en Europa, que tras años de crisis "ha sido relativamente limitada".

Su gigantesco tamaño (tres veces ymedia el PIB de toda la UE) ha dejado de crecer, pero no ha menguado. Y mientras en EEUU se han liquidado 400 bancos desde la caída de Lehman Brothers (el 15 de septiembre de 2008), en Europa solo han desaparecido siete. Persiste, por tanto, la amenaza de un nuevo descalabro a cargo de un contribuyente que ya ha puesto 1,6 billones de euros para salvar a entidades que, según el informe Liikanen, "siempre son consideradas demasiado sistémicas para dejarlas caer". Pero la paciencia se agota ante tanto banco malo. Y hasta instituciones tan ortodoxas como el BCE o el FMI advierten que la democracia se resentirá peligrosamente si Europa (y el mundo) no crean pronto una banca buena.

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