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Análisis

La unión bancaria y el culto a la personalidad

Barroso ha intentado convertir la presentación del reglamento para la creación del supervisor bancario único en un ejercicio de culto a su personalidad digno de cualquier líder norcoreano.

El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, durante su discurso sobre el estado de la Unión pronunciado ante el pleno de la Eurocámara.
El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, durante su discurso sobre el estado de la Unión pronunciado ante el pleno de la Eurocámara.Reuters

Un pequeño paso hacia la unión bancaria europea pero un gran paso para José Manuel Barroso. Así podría empezar la crónica sobre la aprobación hoy en Estrasburgo del proyecto de Reglamento que establecerá por primera vez un supervisor bancario único para toda la zona euro. Sería un arranque tan manido como fiel a la interpretación del acto por parte del presidente de la Comisión Europea. Y es que Barroso ha intentado convertir la presentación de ese Reglamento en un ejercicio de culto a su personalidad digno de cualquier líder norcoreano.

La nueva norma recibió ayer el visto bueno de la Comisión Europea. Pero Barroso ha retrasado hasta hoy su aprobación formal para tener la oportunidad de presentarla con toda la fanfarria posible ante el pleno del Parlamento Europeo. "Si se hubiera aprobado ayer hubiéramos tenido que anunciarla de manera inmediata", reconocen en el servicio de portavoces del organismo comunitario.

El truco apenas ha tenido éxito porque el responsable directo del proyecto, el comisario de Mercado Interior, Michael Barnier, se ha cuidado en las últimas semanas de desvelar casi todos los detalles del Reglamento. Pero la guerra de egos es buena muestra la envergadura histórica de la unión bancaria. Y de ahí el deseo de la casta eurocrática por asociar su apellido a la iniciativa.

El más interesado es Barroso porque la unión bancaria le permite borrar el estigma de una primera legislatura (2004-2009) en la que abrazó con fervor la doctrina de la autorregulación financiera. El portugués ordenó parar la máquina legislativa durante su primer mandato, convencido de que los mercados financieros habían entrado en una bondadosa dinámica quesolo podía redundar en beneficio del interés público. La crisis, como ha dicho recientemente el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, demostró que ese planteamiento era una absurda quimera.

Barroso se ha cambiado ahora de bando."No es posible volver al estatus quo", ha dicho esta mañana en el hemiciclo de Estrasburgo. "Y una dosis de autocrítica es indispensable", ha añadido. Y con la fe del converso ha defendido la transformación del Banco Central Europeo en un todopoderoso supervisor de los 6.000 bancos de la zona euro.

Se trata, desde luego, de un avance histórico en la integración política y económica del continente, que requerirá una larga negociación entre los 27 socios de la UE. Pero su mera puesta en marcha servirá, entre otras, para lavar el pasado de la dinastía Barroso. Y ya se sabe que en los regímenes ególatras esa práctica resulta imprescindible. Sobretodo, si como se especula en Bruselas, el presidente aspira a perpetuarse con un tercer mandato. "Europa necesita un nuevo rumbo", ha proclamado el portugués. ¿Con el mismo timonel? No ha contestado. Pero ha advertido que "cuando el barco atraviesa la tormenta, lo mínimo que se pide a los tripulantes es la fidelidad absoluta".

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