Tecnocracia y consenso al rescate del Banco de España
El Gobierno desveló ayer una de las últimas incógnitas sobre la dirección de las grandes instituciones económicas del país, en este momento acaso la más determinante por la delicada situación que atraviesa el sistema financiero: el relevo en el Banco de España. Luis María Linde, de 67 años, será el nuevo gobernador desde el próximo lunes, cuando abandone el cargo, con un mes de antelación sobre su obligación estatutaria, Miguel Ángel Fernández Ordóñez. A continuación, el nuevo inquilino del instituto supervisor nombrará como subgobernadora a Soledad Núñez, hasta hace unos meses directora general del Tesoro. Y ambos serán los encargados de pilotar, con más limitaciones que las disponibles para sus predecesores, la reestructuración del sistema financiero español, ahora en el ojo del huracán.
Tras unos cuantos meses en los que el Gobierno ha llevado a cabo una política, reservada unas veces y explícita otras, de censura a la labor del gobernador saliente, excluido como ha estado de la resolución de la crisis de Bankia, la sensatez política ha regresado para construir un consenso sobre una institución como el Banco de España que nunca debió perderse. Si en 2006 el Gobierno optó por nombrar a un gobernador de evidente perfil político, al que nadie discutía la preparación técnica, rompiendo un esquema de tradicional consenso político en la institución entre Gobierno y oposición, ahora el Ejecutivo, esta vez presidido por Mariano Rajoy, ha logrado recuperar el acuerdo con el PSOE.
Siempre con la premisa de que las personas elegidas deben tener un carácter más tecnocrático que político, el Gobierno ha nombrado al primer ejecutivo del Banco de España, y el Partido Socialista, a Soledad Núñez para el segundo, una persona que hasta hace unos meses conducía la financiación del Estado y era consejera de oficio. Pese a las dificultades que han encontrado el secretario general del PSOE y su portavoz de Economía para respaldar la reforma financiera de Rajoy, han logrado imponer la sensatez interna para recuperar la estabilidad en la que se aventura como la institución de más delicada gestión en años venideros.
Todo el glamour del Banco de España en materia de supervisión e inspección, como el de la solvencia de la banca española, han quedado notablemente dañados por este último arreón de la crisis financiera y económica, entre otras cosas por la pasividad de los supervisores, y ambas cosas son de obligada recomposición si España quiere recuperar el prestigio internacional, la confianza de los financiadores y una actividad económica consistente. El Banco de España, de la mano de Linde y Núñez, debe volver a reactivar el prestigio que nunca perdieron los cuerpos técnicos de la casa y tomar las decisiones sin otro angular que el técnico y financiero, alejándose lo más posible de cualquier apasionamiento político. La institución perderá iniciativa ahora si una parte de la banca es rescatada con dinero europeo, porque con él vendrá buena parte de la práctica supervisora, que debería terminar siendo plenamente comunitaria para evitar las diferencias de criterio en la valoración del riesgo y la solvencia comunes hasta ahora. España ha perdido relevancia en Europa. Pero la ha perdido de forma flagrante en el Banco Central Europeo, donde además de haber cedido la figura de una consejería que hasta ahora ostentaba González-Páramo, ha dejado desvanecer la reputación de supervisor eficiente de la que siempre había gozado y que, entre otras cosas, permitió a España sentarse en el G-20.
Linde y Núñez, el nuevo tándem de la institución, tendrán que atender al proceso de evaluación del riesgo encargado a valoradoras externas, así como al trabajo de las tres auditoras que recalificarán todo el crédito vivo concedido, y ejecutar el proceso de recapitalización que de ello se derive. Deberá gestionar con ánimo refundador todas las entidades nacionalizadas, sin descartar soluciones drásticas, y deberá hacerlo recomponiendo la tensión en el cuerpo de inspectores, en rebelión silenciosa desde hace semanas. Rigor y humildad, profesionalidad y distancia con las entidades financieras, abstracción política y asepsia ideológica son las normas de conducta más indicadas para recuperar lo que nunca debió perderse. Que la complacencia con los excesos que ha llevado a esta depresión sea definitivamente desterrada.