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Tribuna
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¿Es sostenible invertir en sostenibilidad?

No hay una definición única para sostenibilidad. En el contexto de desarrollo, una acepción utilizada a raíz del informe Our common future de las Naciones Unidas (1987), es "la atención a las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para cubrir las suyas propias". En el libro Triple Bottom Line, Andrew Savitz define una empresa sostenible como "una que simultáneamente genera beneficios para sus accionistas, protege el medio ambiente y mejora la vida de todos aquellos con los que interactúa".

En el mundo de las inversiones, cuando hablamos de sostenibilidad nos referimos a la combinación del análisis financiero tradicional con el de otros aspectos ESG (environment, social y governance). Según el análisis ESG, se analiza la relación de la empresa con el medio ambiente, la sociedad y el buen gobierno corporativo. Existen multitud de vías para realizar este análisis, como filtrados de inversión temática (acercamiento al accionista) y análisis integrado, entre otras.

La temática específica incluye el cambio climático, las energías alternativas, el agua, los residuos, la biodiversidad, los bosques, el transporte, la salud, los derechos humanos, el trabajo infantil, la relación de las empresas con sus empleados, la compensación de los directivos, medidas de defensa ante posibles intentos hostiles de compra y la capacidad de innovación.

La relevancia de estos temas varía en función de las compañías y el tiempo. Aunque la medición del comportamiento de las empresas en materia ESG puede resultar más complicada que el de su comportamiento financiero, suele analizarse mediante indicadores específicos. Por ejemplo, la eficiencia en el consumo energético de carbón puede medirse a través de los ingresos por tonelada de carbón emitida, o la eficiencia de los residuos mediante el cociente de ingresos por ventas y toneladas de basura generadas. Hay otros indicadores de desempeño más complicados de calcular, como aquellos relacionados con la corrupción y los derechos humanos.

La teoría de la inversión sostenible parte de la base de que el comportamiento de una compañía en materia de ESG puede ser un indicador de la calidad de su gestión. Supone que las empresas mejor preparadas para gestionar los riesgos y las oportunidades derivadas de aspectos ESG tendrán un mejor comportamiento en el largo plazo. Dado que no es una práctica extendida en el mercado, la teoría dice que todavía se puede obtener un valor diferencial si se invierte según criterios de sostenibilidad. El principal reto es que este tipo de análisis es más arte que ciencia, no hay una única vía para realizarlo y tiene un tinte subjetivo que puede marcar grandes diferencias.

Igualmente importante es la "externalidad", un coste (o beneficio) que aflora de una transacción impuesta a alguien no relacionado con la misma. Si los precios de las transacciones reflejasen todos los costes asociados, incluidos los costes ecológicos presentes y los que puedan afectar a las generaciones futuras, el mundo no tendría los retos actuales en materia de sostenibilidad. Pensemos en la polución, actualmente genera costes asumidos por la sociedad y no por quienes la producen. La regulación medioambiental intenta reducir las externalidades negativas asociadas limitando las emisiones o medirlos e imputar su coste a los productores a través del trading de carbón.

¿Es la inversión sostenible diferente de la inversión ética? No hay una respuesta única. Prescindir de compañías fabricantes de armamento al invertir en energía convencional podría parecer ético pero no sostenible. Invertir en compañías bien preparadas para afrontar problemas relacionados con la ESG, independientemente de su modelo de negocio, podría parecer sostenible aunque poco ético. No hay una distinción clara. Los benchmarks de sostenibilidad se han creado para los inversores con mayor fe, incorporan tanto criterios valorativos best-in-class, que premian a las compañías con mejor desempeño, como filtrados negativos que permiten prescindir de aquellas que no cumplen unos requisitos mínimos.

La ausencia de una definición única de sostenibilidad permite a las compañías figurar bien valoradas en los indicadores de medición y aprovechar para autodefinirse como sostenibles. Se ha criticado a muchos de esos índices por incluir compañías con prácticas muy cuestionadas y, en cambio, pasar por alto otras mejor consideradas. Irónicamente, las propias compañías que elaboran los ratings y benchmarks de sostenibilidad son criticadas por la opacidad de su metodología. A su vez, algunas entidades dedicadas a la gestión de activos según criterios sostenibles son criticadas por no revelar su desempeño en materia de sostenibilidad (por ejemplo, impacto medioambiental carbon footprint).

La inversión sostenible es un concepto relativamente nuevo. El mundo se enfrenta a muchos retos en materia de sostenibilidad cuyo impacto solo podrá medirse en el largo plazo. En la medida que el conocimiento sobre esta materia aumente, los grupos de interés sociales y empresariales comprenderán e implementarán mejor la filosofía y política corporativa subyacente, y la inversión sostenible se convertirá en una materia más común en nuestra sociedad.

Usman Hayat. Director de Islamic Finance y ESG, CFA Institute

Íñigo Serrats Recarte. Miembro del consejo de CFA Spain

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