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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La reforma financiera y la dimensión de la crisis

El Congreso de los Diputados convalidó ayer el real decreto de reforma del sistema financiero, una de las cuatro patas en las que se sustenta la política económica con la que el presidente Rajoy pretende recomponer la actividad económica (junto con la reforma laboral, la subida de impuestos y la reforma del Estado y su gasto) y cuya urgencia se justifica precisamente el día que la contabilidad nacional confirma que España se encamina a su segunda recesión desde que arrancó la crisis.

Seguramente esta recaída de la actividad tenga su justificación en buena parte en una fuerte reducción adicional de la renta disponible de los agentes económicos (recorte de gasto público, subida de impuestos y pérdida de empleo); pero de producirse una tercera recesión, a buen seguro sería imputable a la indisposición del sistema financiero para ejercer la labor básica para la que fue creado, que no es, ni más ni menos, que captar recursos (ahorro) y ponerlos a disposición de los inversores (crédito). De tal trascendencia es esta transformación del sistema financiero, que pretende culminar los pequeños pasos dados por el Gobierno Zapatero, que el Partido Socialista y Convergència i Unió han respaldado la propuesta del Ejecutivo. Un ejemplo que bien podría extenderse a otras reformas ante las urgencias del país, pero que ahora parecen más alejadas por el componente ideológico que contienen, especialmente la laboral.

La tardanza en reconocer primero la crisis y luego su naturaleza, y posteriormente escudarse en la solidez del sistema financiero español, ha retrasado la solución como en ningún otro país de cuantos han tenido el mismo problema que España: una crisis bancaria generada por una descomunal burbuja inmobiliaria. Sea como fuere, y como consecuencia de la dilación en sortear los problemas, España está bajo la lupa de los mercados financieros por el deterioro de todas las constantes vitales de su economía; pero sobre todo por la sospecha de que no se ha saneado el sistema bancario y que, cuando se haga, terminará pagándolo el sector público (como en otros muchos países), cuando ya la capacidad de maniobra fiscal del Estado es muy limitada.

La reforma Guindos supone un salto cualitativo muy notable, por cuanto cuantifica las necesidades de provisión y capital de la banca de forma no acometida hasta ahora (52.000 millones a reponer en un año o hasta un máximo de dos años si median fusiones). Lo es también porque pretende hacerlo con un reparto cooperativo de los costes, sin echar mano de la chequera pública, forzando esquemas de fusiones que obliguen a una redimensión de las entidades (oficinas y plantilla). Las instituciones políticas y financieras europeas así han valorado el proyecto, aunque alerten de que las concentraciones solo tendrán verdadera validez si se conforman entidades más fuertes. Pero los mercados no han reflejado inflexión alguna en su comportamiento tras conocer el contenido de los cambios, y en algunos ámbitos autorizados comienzan a preguntarse si será suficiente.

Es determinante la dimensión, en tiempo y profundidad, de la crisis económica para determinar si las provisiones exigidas, el recorte de capacidad instalada demandado y el capital reclamado conforman un sistema financiero capaz de dar crédito, o si, por el contrario, prolongan la anemia de la inversión y el consumo duradero. Las exigencias se han fijado sobre una valoración de activos algo retrasada, mediatizada por unos trimestres corrosivos en materia de solvencia bancaria.

Además, el deterioro probable de activos inmobiliarios considerados no problemáticos, cubierto con una provisión adicional, podría exigir nuevas aportaciones, sobre todo si el crédito inmobiliario refinanciado al inicio de la crisis deviene en adjudicado por agotamiento natural de un ejercicio que bien pudiera considerarse de huida hacia adelante de determinadas entidades. La banca se vuelve muchas veces víctima de sus propias prácticas, y una restricción tan prolongada del crédito paraliza hasta tal punto la actividad que termina deteriorando su propia cartera, con fuertes avances en la mora, y en un escenario en el que los márgenes se van a contraer todavía más, aunque la manguera de liquidez del BCE alivie la presión sobre la captación de recursos.

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Jonás Fernández Álvarez

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