Tijeras oxidadas
Cuando comienza el tiempo de poda es necesario saber el estado de las tijeras. El filo y la oxidación o no de las mismas son las claves. También el muelle, la elasticidad de la misma. Saber podar es un arte. Hacerlo en tiempo oportuno, otro. No valen improvisaciones, tampoco lo que empieza a ser un incierto dependismo. La naturaleza es sabia. Saber por dónde cortar, antes o después del nudo, nunca en medio, está al alcance de pocos. Podar también tantos injertos que a veces se hacen y son superfluos e innecesarios. Incluso es importante sanar el tronco, las raíces, oxigenarlas, nutrientes, etc., con avales y colchones del Estado central a las autonomías o sin ellos, expiando los excesos, cauterizando hemorragias de irresponsabilidad, dispendio y dislate.
Y podar el gasto, contener y atacar el déficit -dice ahora el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en una nueva ocurrencia, que se podría penalizar al político que incurra en exceso de déficit, aunque antes de lanzar al vuelo campanas que nunca tañen sonido haría bien mirando a las comunidades que gobierna su propio partido-, racionalizar la Administración, contener el despilfarro, separar lo esencial de lo innecesario, drenar lo suntuoso, atajar el dislate, buscar la eficiencia es un arte. El arte de la poda administrativa, como del fruto, de la planta, del árbol. Porque el gasto, verdadero y acuciante, es más un gasto político que de la Administración, aunque no interesa deslindar dos conceptos biunívocos y complementarios que se entrelazan pero que son absolutamente diferentes. La destreza de la mano es clave, pero también el ojo, como el ojo machadiano que te ve no porque tú lo veas sino porque él te ve.
No hay discurso ni columna de opinión que no hable de reformas, de recorte, de austeridad. También de valores, de democracia, de responsabilidad y corrupción. Pero cuidado, peligro, luces de alarma, solo con austeridad no saldremos de esta crisis, de esta nueva recesión. Hay que estimular, provocar, crecer, invertir, sacar músculo, no contraerlo, se atrofiará. No ser compulsivos ni impulsivos, sino analíticos, racionales y reflexivos. No mirar solo al impasse cortoplacista. Cada medida, cada recorte draconiano que busca equilibrar desde ya las cifras y atajar el déficit galopante, y en buena medida imputable a las comunidades autónomas que, eso sí, tutelan, soportan y proporcionan la inmensa mayoría de los servicios públicos, desde educación a sanidad, puede tener graves consecuencias no ya a largo plazo, sino antes. El agujero puede ser irreversible, pero prestacional, no solo económico y financiero.
Unas y otras comunidades se han lanzado a una carrera de recortes, sobre todo en los gastos sanitarios. Los presupuestos empiezan a parecerse a un papel mojado que viene y va con el peso de una tinta ilegible ya. Han sacado una tijera tal vez oxidada, poco cuidada y limpiada la víspera. Gastos y gastos, dejemos los financieros, sobre todo de deuda, hay que amputarlos, cortarles la cabeza, pero también hay que ir a la raíz del problema, la causa de esos gastos, los porqués y paraqués de los mismos. Qué los crea, por qué se han creado y su prescindibilidad o no. Está bien racionalizar y recortar altos cargos y asesores, pero eso es cosmética barata. La calidad del recorte ha de ir al corazón mismo de la sangría, desde Administraciones paralelas y duplicadas hasta las colocaciones a dedo y de partido político a lo largo y ancho de un país clientelar y donde la corrupción, amén de degradar y moralmente situarnos en una esquina de ruina, es tolerada por muchos.
La austeridad no puede ser una carta blanca, un bisturí sin límites. Exceso de austeridad nos ahogará, nos ralentizará, nos hará más torpes para la recuperación. Radiografiemos, estudiemos, reflexionemos sobre las consecuencias a medio y largo plazo de recortes al donaire de la improvisación y el regate cortoplacista. Cabeza, más cabeza. Pensemos antes, analicemos, escuchemos a expertos y analistas con talento y no con carné ideológico. Es necesario recortar y reducir lo que nunca debió crearse con el ímpetu de lo nuevo y la auctoritas del poder que ha acabado por generar una hidra insaciable y extensa por todos los resquicios de poder y de dinero público.
Siempre se llega tarde en este, a veces, cansino país a lomos de mula vieja e impenitente tras la polvareda en el camino orteguiano. Hemos consentido y tolerado demasiado. Y el daño está hecho. Amputar gasto sin estímulo y creación es una contención errónea. Hay que buscar ingresos y no solo a través de subidas impositivas. Hay que luchar no solo contra el fraude, grandes capitales sin mácula ni rostro, Sicav y paraísos fiscales, indultos y tolerancia corruptiva, subvenciones y compra de influencias, inmoralidades y amoralidades sin conciencia ni memoria.
Vuelvo a la idea de la navaja de Ockham, y antes de amputar, evitemos que el filo de las misma se oxide, por error o por dilación. Cualquiera de los dos extremos son peligrosos a medio y largo plazo.
Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de Icade