Los daños colaterales de la crisis griega
Las graves dificultades internas que se están padeciendo en el seno de la Unión Europea para hallar una respuesta común a los problemas de Grecia provocaron ayer una nueva jornada de tormenta en los mercados. Horas antes de que Bruselas -ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo- anunciase su decisión de aplazar el segundo rescate griego hasta el mes de septiembre, los inversores castigaban ya duramente a España. En una jornada aciaga, la prima de riesgo llegó a alcanzar momentáneamente los 280 puntos, mientras que el Tesoro público concluyó su subasta con resultados si no malos, sí peores que los precedentes.
España regresaba así a la zona sucia de la crisis de deuda soberana, tras haber logrado en los últimos meses diferenciarse de sus vecinos periféricos y marcar distancia con el corazón de la cuarentena financiera. Pese a que, como recordaba hace unos días el presidente del BBVA, Francisco González, las diferencias entre unas economías y otras son evidentes -Grecia equivale a un quinto de España, e Irlanda, Grecia y Portugal apenas constituyen en conjunto dos tercios-, los inversores internacionales no parecen dispuestos a reconocer esas fronteras.
A esa persistente y arraigada desconfianza están contribuyendo también en los últimos tiempos nuevos factores, muchos de ellos realmente sorprendentes. Las serias dudas sobre el alcance de las supuestas bolsas de déficit oculto en las comunidades autónomas -cuya cuantía todavía se desconoce- y el agrio debate político que ello ha generado es uno de ellos. Otro tanto ocurre con el calendario de las próximas salidas a Bolsa en el sector financiero, tras el frustrado debut en el parqué de Atento por las condiciones adversas del mercado. Como colofón a todo ello, hay que sumar el ruido provocado por las manifestaciones del Movimiento del 15-M, cuya deriva antisistema ha contribuido a dibujar en la retina internacional la imagen de un país nublado.
Mientras la economía española no salga de su atonía, el esfuerzo reformador llevado a cabo hasta el momento no será suficiente para blindar a España de los vaivenes de los mercados. Es necesario, por ello, seguir avanzando en ese programa de reformas, como también lo es esforzarse al máximo por enviar mensajes claros y creíbles sobre el alcance de lo realizado y la firmeza respecto a lo que queda por hacer. En medio de ese escenario, las divisiones entre los socios europeos sobre la forma de ayudar a Grecia no están contribuyendo sino a agravar los daños de la crisis de deuda soberana. Es por eso que la firmeza respecto a Atenas debe ir acompañada de una pronta decisión sobre su segundo rescate. De otra forma, la enfermedad que consume la economía griega seguirá contagiando a los vecinos de su entorno.