Merkel solo acierta en el diagnóstico
La canciller alemana, Angela Merkel, presentó el viernes en Bruselas su Pacto de Competitividad al resto de socios de la UE y, en particular, a los de la zona euro. Merkel ha acertado en el diagnóstico de las carencias que acusa la Unión Monetaria Europea, como ya quedó patente tras la cumbre bilateral del jueves con José Luis Rodríguez Zapatero.
La zona euro, como reclama Berlín, precisa una mayor coordinación fiscal, contener los costes laborales en los países o regiones menos productivos, frenar el crecimiento galopante de la deuda pública o ajustar la edad de jubilación a las nuevas realidades demográficas. Todo correcto. Pero a juzgar por los resultados de la cumbre en Bruselas, parece claro que Alemania no ha logrado convencer a sus socios sobre lo acertado de las recetas que plantea.
A nivel europeo, Merkel se ha equivocado tanto en el tiempo como en la forma de presentar su nuevo pacto. Primero, porque ella misma ha retrasado durante 12 meses la búsqueda de una solución sistémica a la crisis de la deuda soberana. Segundo, porque tras comprender la conveniencia de esa respuesta, ha intentado presentarla como un decretazo alemán que solo requiere la resignación de Francia para aplicarse en toda la Unión Monetaria. De nuevo, como ocurrió con sus retrasos permanentes en el rescate de Grecia, la canciller parece más pendiente de su agenda electoral (entonces la esperaban las urnas en Renania Westfalia, y ahora en siete regiones) que de zanjar de una vez por todas las dudas de los mercados (cada vez más despejadas, afortunadamente) sobre la supervivencia del euro.
Los dos errores de Merkel se han traducido en la respuesta airada contra sus propuestas por parte de las instituciones europeas y de varios socios de la zona euro. Este rechazo inicial obligará a Berlín y al resto de capitales a un esfuerzo de negociación en las próximas semanas para evitar el descarrilamiento de un Pacto de Competitividad que, bien planteado, debe servir para consolidar los cimientos del euro.
Sería un gravísimo error abandonar la iniciativa cuando ya se ha generado la expectativa de un salto enorme en la gobernanza económica del club. La convocatoria de una cumbre extraordinaria de la zona euro a primeros de marzo supondrá una buena oportunidad para superar las discrepancias aparecidas este viernes. Por cierto, que esa eurocumbre también se celebra con retraso, porque durante meses Merkel vetaba su convocatoria por miedo a que fuera el embrión de un gobierno económico de la zona euro.
Angela Merkel, como le ocurrió con el fondo de rescate, ha acabado por rendirse a la evidencia de que la zona euro sí necesita su propia estructura organizativa, para no depender de países que mantienen sus monedas nacionales como Reino Unido. Del mismo modo, Merkel deberá aceptar la inserción del Pacto de Competitividad en el marco de vigilancia comunitaria para garantizar su aplicación efectiva. El presidente del Parlamento Europeo, Jerzy Buzek, recordó el viernes oportunamente el fracaso de la Agenda de Lisboa por culpa precisamente de su implementación basada en acuerdos intergubernamentales. Aquella experiencia, impulsada por dos líderes tan desconfiados de Bruselas como Tony Blair y José María Aznar, demostró que las tablas comparativas entre países y la supuesta prisión de los pares no supone un marco suficientemente coercitivo para imponer ciertas reformas económicas.
Por tanto, la supervisión de Pacto de Competitividad debe ejercerla la Comisión Europea si se quiere que contribuya de verdad a reducir las peligrosísimas divergencias macroeconómicas en el seno de la zona euro que han puesto de manifiesto la crisis financiera. Ello debe conllevar, sin duda, una exhaustiva reforma de los procedimientos de vigilancia que utiliza el organismo europeo, que se han rebelado completamente deficientes en el caso del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
El fracaso de la Comisión en velar por el cumplimiento de los criterios de déficit y deuda ha provocado la desconfianza de Berlín hacia una institución a la que acusa de laxa. De nuevo Alemania acierta en el diagnóstico, pero la receta intergubernamental que propone está condenada al fracaso.