Escuela de voluntad
Javier Fuentes Merino propone que al margen de la formación adquirida, se debe inculcar en las nuevas generaciones conceptos como el esfuerzo o el saber hacer. Será lo que les conduzca al éxito profesional.
Vivimos en un mundo sobresaltado cada día por noticias peculiares en la economía, en la geopolítica, en la política nacional, en las finanzas y hasta en los secretos de Estado. Un mundo que está buscando el bosón de Higgs pero que no es capaz de prever el comportamiento del tipo de cambio entre dos divisas y que es sumamente sensible a múltiples comportamientos individualistas (véase la huelga encubierta de controladores aéreos en España) o incluso a fenómenos naturales que escapan a nuestro control (véase también el caso del impronunciable volcán islandés). Un mundo así, tan imprevisible, está llevando a los seres humanos a niveles de estrés nunca vistos y a comportamientos tan erráticos como inadecuados, a precipitaciones más basadas en la indeterminación que en la rapidez y a la dramatización de la economía, imprevisible y pendiente de un hilo en muchos aspectos.
Los vendedores son personas, en las empresas compran personas, los consumidores son personas, los políticos son personas (quizá, a veces, con más masa que materia, pero personas) y la crisis que estamos viviendo es de miedo, desconfianza, falta de credibilidad, ansiedad e imprecisión, y todas ellas son cualidades, aunque negativas, propias de los seres humanos. Llevamos desde 2008 en un estado catatónico de sorpresas e incapacidad que hace que muchos directivos peleen más por agarrarse a sus sillas que por buscar soluciones estratégicas a sus problemas y a los problemas de las empresas que dirigen.
En este contexto, seguimos viendo cómo se forma a las bases de trabajadores a través de los sindicatos y de la Fundación Tripartita, los mismos de siempre y de la misma manera de siempre; por ende, con los métodos de siempre y personal más infeliz y con más miedo e incertidumbre. Sin embargo, los resultados no serán los de siempre, sino peores. Nuestro paradigma debe cambiar para salir de esta crisis, y aunque sabemos que los cambios culturales tardan más de una generación en conseguirse, podemos asentar las bases de la nueva sociedad, basada realmente en el conocimiento más allá del Acuerdo de Bolonia que inunda nuestras universidades (casi siempre con más pena que gloria).
Hemos de trabajar en la línea de la cultura del esfuerzo, la flexibilidad, la capacidad de adaptación y de la imposición de metas a nuestros jóvenes. Hemos de olvidarnos de la titulitis que está llevando a los jóvenes a tasas de desempleo netamente brutales. Hemos de fomentar la capacidad para resolver problemas y hacer cosas, no solo de pensarlas, razonarlas y definirlas. Todo esto es fácil de decir pero complicado de hacer si todas las partes implicadas no se ponen de acuerdo, y para que se pongan de acuerdo necesitamos poder de decisión, capacidad de cambio y una motivación más allá de la táctica, el cortoplacismo, los réditos políticos y el mantenimiento de la cultura.
Necesitamos un espíritu de cambio cuyos cimientos no están en el conocimiento sino en las emociones y ese espíritu de cambio es todo lo contrario a lo que describía en el comienzo de este artículo; es contrario al miedo, la desconfianza, la incredulidad, la ansiedad y la imprecisión. Si queremos salir de esta crisis, no queda más remedio que salir desde las emociones, porque el conocimiento lo tenemos pero lo que falta es voluntad. De todos los grandes problemas de la historia se ha podido salir gracias a la voluntad de cambio. Creemos esas escuelas de la voluntad, impregnemos a nuestra sociedad de capacidad para avanzar por caminos diferentes y podremos salir del letargo que parece que existe desde 2008, pero que lleva décadas instaurado en España. Formemos en motivación. ¿Cómo podemos formar en motivación? Teniendo un interés común y unos valores como país que nos lleven, de la desazón total en la que se ha sumido España, a un estado de ánimo en el que comprendamos que nuestros recursos y capacidades son más que suficientes para volver a la senda del crecimiento. El binomio voluntad-esfuerzo sirvió para recuperar a Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, para que los colonos americanos levantaran los Estados Unidos o para que España pasara de una dictadura a una democracia de forma pacífica. Debemos crear instituciones cívicas más allá del propio interés individual, porque el ser humano no crece si no crece su entorno. Una sociedad se puede llamar así solo si existen los vínculos emocionales, más allá del interés personal
Las escuelas, las universidades y la propia familia deben ser la base de la imprimación de conocimientos y de esta cultura de la voluntad. Debemos enseñar a nuestros jóvenes que el éxito solo se consigue desde el saber hacer, y no desde el simple saber y que el esfuerzo con conocimiento solo lleva al camino de la productividad, de la competitividad, y todos ellos, al éxito personal y profesional.
Javier Fuentes Merino. Director general del grupo Redes de Venta Proactiva