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Columna
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Todavía queda partido por jugar

La crisis de Gobierno ha sido más profunda de lo anunciado, y evidencia la necesidad de nuestro presidente por impulsar una acción política átona y por demostrar que goza todavía de una vitalidad que muchos españoles le niegan. Tres parecen ser las finalidades básicas de los cambios. En primer lugar, potenciar su imagen para intentar enmendar la dinámica de descalabro electoral. La nueva responsabilidad de Alfredo Pérez Rubalcaba, gato viejo en estos asuntos, así lo demuestra. La incorporación de Ramón Jáuregui y Rosa Aguilar, dos personas muy conocidas y con buena imagen política, también apuntaría en esa dirección.

Rubalcaba es un peso pesado y un subalterno de garantía sobre el que pivotará la acción política del Gobierno y su coordinación con el partido. Lo hará bien para los intereses electorales de su partido. Rosa Aguilar es una acreditada política con más poder de seducción político e imagen pública que capacidad de gestión. Hubiera sido más lógico encargarle el Ministerio de Presidencia que el de Medio Ambiente, Rural y Marino, que hubiera llevado mejor Jáuregui, con mayor perfil de gestor. Aunque con frecuencia nos olvidemos de la agricultura, la reforma de la PAC la pondrá en primer plano de prioridades. Nos jugamos mucho en ella, y nada se debe improvisar.

En segundo lugar, reducir el número de ministerios. En estos tiempos de austeridad presupuestaria parece lógica la supresión de los Ministerios de Vivienda e Igualdad, creados para satisfacer un imaginario político más que con la posibilidad real de gestionar la realidad, ya que en la práctica carecían de competencias por encontrarse transferidas a las comunidades autónomas. Ambas responsabilidades tienen un encaje natural como secretarías de Estado de los Ministerios de Fomento y Sanidad, respectivamente. Más difícil será que las dos ex ministras acepten de forma pacífica el descenso en el escalafón. Dependerá de su talla humana y su cintura el funcionar con sus nuevos jefes. Dado el riesgo de colisión, más lógico hubiera sido el nombramiento de terceras personas para las Secretarías de Estado.

Y en tercer lugar, intentar abordar las reformas pendientes. El cambio anunciado de Celestino Corbacho ha finalizado con una sorpresa. Todos esperábamos que Zapatero, ante un ministerio tan fundamental y sobre el que recaerán dos reformas tan importantes como la de las pensiones y la de la negociación colectiva, optaría por una persona con experiencia en la materia. No hay tiempo para que nadie ajeno al mundo laboral pudiera aprender lo suficiente para enfrentarse a cuestiones tan complejas.

Tres nombres sonaron para la tarea. Los de Manuel Chaves, que ya fuera ministro de Trabajo, Octavio Granados, actual secretario de Estado de Seguridad Social, y Valeriano Gómez, ex secretario general de Empleo. Dado que Gómez se había opuesto abiertamente a la reforma laboral del Gobierno, entendimos que quedaba descabalgado de la sucesión. Paradojas de la vida, ahora le tocará desarrollar una reforma a la que se opuso.

Estos titubeos están en línea con los pasos adelante y atrás tan característicos de Zapatero y que tanto nos desconciertan. ¿Es qué piensa dar marcha atrás en la reforma o es que el nuevo ministro se ha caído del caballo y es un neoconverso en la materia? Pronto lo veremos. Valeriano Gómez tendrá la responsabilidad de reformar las pensiones, de reanudar el abandonado diálogo social, y el de impulsar las reformas de la negociación colectiva y del sistema de reempleo. Casi ná. Que tenga mucha suerte.

Trinidad Jiménez pasa a Exteriores. Tiene la experiencia previa de Cooperación Internacional y no le costará en demasía mejorar la gestión de Miguel Ángel Moratinos, que tanto nos desconcertó con sus permanentes coqueteos con Cuba y Venezuela de las que nada bueno obtuvo, al fin y al cabo. La nueva ministra tratará de recuperar el peso internacional que hemos perdido durante estos últimos años. Trinidad Jiménez acaba de sufrir una ominosa derrota en las primarias de Madrid, y el batacazo la habrá hecho más sabia. Ya sabemos que a los americanos -con razón- no les gusta contratar a nadie que no haya conocido la amargura del fracaso.

Lo de Leire Pajín es una incógnita, y suena más bien a recolocar una pieza que rechinaba en el partido dándole una patada hacia arriba. Esperemos que como ministra le oigamos cosas más sensatas de las que nos ha acostumbrado durante estos últimos meses. María Teresa Fernández de la Vega ha hecho una buena tarea. Le ha tocado liderar todas las crisis y ya mostraba síntomas de agotamiento. Zapatero debe estarle agradecido. Será una gran consejera de estado.

Con esta crisis, el presidente ha querido pegar un golpe en la mesa y lanzar el mensaje de que todavía queda partido por jugar. Ya veremos como le sale.

Manuel Pimentel.

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