Cada vez se valoran más los gestos en la comunicación
Distintos estudios subrayan el peso informativo del lenguaje no hablado
Muchas veces habremos oído a un amigo decir que le parece muy interesante lo que le contamos mientras, lejos de creerle, sabemos que miente miserablemente. Un simple guiño de ojos u otro gesto corporal, por no hablar de la entonación, es capaz de delatar a cualquiera. O, para los que sepan cómo gestionar la impresión que causan a los demás, convencer al más receloso de que decimos la verdad.
Hace medio siglo que la Psicología social se toma muy en serio todos los aspectos que intervienen en la comunicación y que van más allá del lenguaje. Albert Mehrabian, profesor emérito de Psicología en la UCLA de Los Ángeles y pionero en el tema, se dedica desde los años sesenta a estudiar el impacto del lenguaje corporal y la comunicación no verbal. Uno de sus estudios, que siguen siendo una referencia en la disciplina, reveló que, en determinadas situaciones de comunicación emotiva presencial, las palabras pueden representar tan sólo el 7% de la información que recibe el interlocutor del orador: el 38% tiene que ver con la manera en que se dicen dichas palabras y el restante 55% corresponde a la expresión facial.
El profesor Alex Pentland, director del Human Dynamics Research Laboratory del Massachusetts Institute of Technology (MIT), va más allá y asegura que "los canales secundarios de comunicación tienen más peso en la toma conjunta de decisiones que las palabras".
¿Por qué? Porque así funcionaban los humanos hace un millón de años. El estadounidense, de visita en España con la Fundación Telefónica para promocionar su último libro, define lo que él llama señales honestas como "lo que hacía la gente antes de que existiese el lenguaje sofisticado: comunicarse de manera social, como las abejas o las hormigas". Se trata de un segundo canal "automático e inconsciente" que consiste en actitudes, sonidos, gestos, etc., y que, como ya adelantó Mehrabian, posee un gran valor para el interlocutor. Algo que nos delata, y que llevado, por ejemplo, al mundo de la empresa puede significar la diferencia entre el éxito o el fracaso de una negociación.
"Hay diversos estudios según los cuáles el 80% de la información importante de una organización no se transmite cara a cara", explica el profesor Pentland. "Nosotros hemos comprobado que si se fomenta una mayor relación directa entre los empleados se puede aumentar la productividad hasta un 20%".
Para ello, Pentland y su equipo del MIT desarrollaron un aparatito con sensores (lo llaman sociómetro) del tamaño de un móvil que los empleados deben colgarse del cuello y que permite calibrar con gran exactitud cuan enfáticas o no son las señales de ese segundo canal.
Las experiencias llevadas a cabo con dicho ingenio han permitido a Pentland sacar otra conclusión: tarde o temprano se podrá conocer al detalle cómo funciona cualquier grupo humano. "Hemos desarrollado modelos de comportamiento para grupos pequeños, y aunque no tienen precisión newtoniana, nos dan bastante información relevante", señala.
La sombra del Gran Hermano
Modelos que tienen en cuenta qué tipo de relación mantienen los individuos del grupo, qué influencias reciben de su entorno y cómo las asimilan. Una información aparentemente inofensiva, pero cuya gestión puede tener consecuencias casi terroríficas. "Si se refinan los métodos de medición de las señales honestas y se enmarcan en su contexto grupal se puede obtener muchísima información acerca de las preferencias de consumo de los individuos", asegura el profesor Pentland. Quizá ya no esté tan lejos el momento en que las empresas se dirijan a cada uno con un producto completamente a medida.
Origen de la disciplina
Charles Darwin fue el primero en sugerir que las culturas de todas las partes del mundo tienen elementos de expresión comunes. Lo hizo en 1872 en su obra The Emotions in Man and Animals, casi un siglo antes de que la comunicación no verbal se estudiase científicamente.