Cambiar la economía
Para impulsar la transformación de la estructura productiva de nuestro país es absolutamente imprescindible que se fomente el espíritu emprendedor. No sólo para que se creen nuevas empresas, sino también para que las que existen se conviertan en organizaciones flexibles y adaptables; que creen un ambiente favorable a las ideas y a la conversión en mejoras, bien sean productivas, organizativas o de gestión.
En este contexto la educación debe asumir la responsabilidad que le compete, asentándose y organizándose sobre una serie de valores fundamentales para el desarrollo personal, social y económico. El esfuerzo, el aprendizaje continuo, el afán de superación, la asunción de riesgos, la capacidad de pensamiento y aprendizaje autónomos o el reconocimiento de los méritos son valores y capacidades imprescindibles para emprender en cualquier faceta de la vida.
La educación, en cualquier momento y lugar, debe aspirar, por definición, a fomentar cualidades personales como la creatividad, la iniciativa, la responsabilidad o la independencia. Lamentablemente, en nuestro país es mucho más habitual que se busque la uniformidad en vez de potenciar esas cualidades. Durante sus etapas más tempranas, la enseñanza en España debería contar con alternativas no sólo para compensar las carencias de quienes tengan más dificultades, sino también para estimular a quienes presenten más iniciativa y capacidad.
Como viene señalando el Círculo de Empresarios a lo largo de sucesivos documentos sobre la Educación y sobre el espíritu emprendedor, nuestro sistema educativo debería fomentar la formación de las personas emprendedoras en distintas facetas: técnica, de gestión empresarial, comercial, idiomas, etc. Resulta paradójico que contemos en España con algunas de las mejores escuelas de negocios del mundo y, sin embargo, apenas exista ese tipo de formación en el resto del sistema educativo. El ejemplo de esos centros de excelencia debería aprovecharse para el fomento del espíritu emprendedor en las demás etapas educativas.
Otro aspecto decisivo es la formación de los formadores. Se trata de formarlos tanto cultural como técnicamente, con continuidad, para que puedan alentar el espíritu emprendedor en las aulas. Esto exige dotarles de materiales y herramientas adecuadas, haciéndoles también partícipes de experiencias concretas, como las que se vienen desarrollando con éxito en algunas comunidades autónomas. Asimismo deberían establecerse canales para facilitar el acceso de los formadores al mundo empresarial.
La Formación Profesional es un espacio muy propicio sobre el que orientar la transformación de nuestra economía. Su estrecha vinculación con el mundo laboral facilita la difusión del valor de la iniciativa empresarial como opción frente al empleo por cuenta ajena. Esto requiere la implicación activa de las empresas y su colaboración con los centros educativos.
Un estudio publicado en 2007 por las Cámaras de Comercio y el Ministerio de Educación y Ciencia reconocía que en el ámbito de la formación profesional "persiste aún una desvinculación entre el entorno laboral y empresarial, traducida en la carencia de experiencias cercanas y sistemáticas de conocimiento y relación con el mundo del trabajo" y añadía que "la FP del futuro tiene que mirar a la empresa, pero también la empresa a la FP, dado que -en la actualidad- todavía es necesario un mayor encuentro".
Respecto a la Universidad, son muchos los aspectos que requieren cambios. En la formación se sigue poniendo más énfasis en la transmisión de conocimientos que en la adquisición de capacidades y habilidades personales, lo que constituye un obstáculo para el desarrollo del espíritu emprendedor y de innovación de los estudiantes. Es por tanto una formación alejada de lo que demanda la sociedad y el mercado laboral.
En nuestro país, los vínculos Universidad y empresa siguen siendo débiles y en muchas ocasiones adolecen de una excesiva burocracia. Rara vez el profesorado está en contacto con el mundo laboral, para el que debe formar a los estudiantes, además su labor investigadora se valora fundamentalmente por publicaciones, mientras se concede un escaso peso a la participación en proyectos y patentes.
Por estas razones, la educación en el fomento del espíritu emprendedor en el ámbito universitario debería extenderse a profesorado y comunidad investigadora. Combinando potencial científico y capacidades empresariales se podría generar mayor valor para la sociedad, potenciando, como sucede en algunas universidades, viveros empresariales, el capital semilla y otras iniciativas empresariales en sectores con alto potencial de desarrollo en la aplicación del conocimiento y la innovación.
Manuel Pérez-Sala. Presidente del Comité de Iniciativa Empresarial del Círculo de Empresarios