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A fondo

El euro vive en Grecia su crisis de madurez

Al euro le ha llegado en su undécimo aniversario una inesperada crisis de madurez que obligará a la Unión Monetaria Europea a asumir sus responsabilidades o exponerse a las dudas de los inversores, la desconfianza de los ciudadanos y el escarnio de los euroescépticos.

Buena parte de los 16 países de la Unión parecen resistirse a dar el salto hacia una integración política y fiscal que afiance definitivamente la credibilidad de la divisa europea. Pero el zarpazo de los mercados a la deuda pública griega, el eslabón más débil del club, ha puesto de manifiesto que la idea de un gobierno económico puede dejar de ser un proyecto a largo plazo. La revitalización de ese proyecto obedece principalmente a un motivo: la estructura basada en una política monetaria centralizada en el BCE con 16 gobiernos campando por libre en política presupuestaria bajo la mirada complaciente de la Comisión Europea parece haber llegado al límite de su recorrido.

"La crisis ha revelado nuestras puntos débiles", advirtió la semana pasada el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, ante los 27 presidentes de Gobierno de la UE. "Los recientes acontecimientos en la zona euro han subrayado la urgente necesidad de fortalecer nuestra gobernanza económica".

Van Rompuy quiere que a partir de ahora las cumbres europeas como la del jueves pasado en Bruselas asuman la supervisión del impacto que tienen en el club comunitario la política macroeconómica y financiera que lleva a cabo cada uno de sus socios. El objetivo, según el ex primer ministro belga, es llegar a una coordinación tan estrecha que las reuniones de líderes europeos se conviertan en una suerte de consejo de ministros de la Unión Europea con una frecuencia casi mensual.

Los 27 socios de la Unión disponen ahora, con el nuevo Tratado de Lisboa, de una poderosa base legal para poner en marcha esa coordinación.

Hoy mismo, los ministros de Economía de la zona euro (Eurogrupo), reunidos en Bruselas, se proponen utilizar por primera vez el artículo 121 de ese Tratado, un instrumento potencialmente temible porque permite a Bruselas dirigir una advertencia al socio que no cumpla las orientaciones macroeconómicas pactadas o ponga en peligro el funcionamiento de la unión económica.

El Tratado no prevé sanciones en ese terreno. Pero contempla la posibilidad de que el Consejo de la UE haga públicas las reconvenciones dirigidas al país en cuestión, sometiéndole al previsible castigo de los mercados y de su opinión pública. Una punición que, como se ha visto en el caso de Grecia, puede ser mucho más efectiva que la amenaza de multas que prevé el Pacto de Estabilidad en materia presupuestaria.

El desastre griego también ha confirmado que el cumplimiento nominal de ese Pacto no evita que la unión económica acumule graves desequilibrios internos de competitividad y tipo de cambio real que estallan cuando la crisis golpea con diferente intensidad en distintas partes de la unión monetaria. El riesgo de los llamados shocks asimétricos, siempre invocado por los economistas contrarios al euro, ha resultado mucho más peligroso de lo previsto, como recordaba la semana pasada en su blog Paul Krugman. Por algo, la euroescéptica revista The Economist incluye de manera permanente en su definición de asymmetric shock la coletilla de que "puede ser un problema para los responsable s de fijar los tipos de interés para el euro". No se les ha ocurrido otro ejemplo.

Exagerado o no el riego de desintegración del euro, lo cierto es que la crisis financiera y el episodio griego parece haber convencido a las capitales más reacias de la necesidad de avanzar hacia un algún tipo de gobierno económico europeo.

Contrapreso al BCE

El club comunitario dio el pasado día 11, en la cumbre de Bruselas, los primeros pasos en esa dirección bajo el impulso de Van Rompuy. Pasos tímidos. Y, obligados por la canciller Angela Merkel, incorporaron al nuevo ejercicio de coordinación a los 11 países de la UE que mantienen sus propias monedas porque Berlín quiere evitar a toda costa que surja un contrapeso político al BCE.

Pero todos parecen haber comprendido que si quieren repetir durante la segunda década del euro el éxito de la primera será imprescindible olvidarse de ciertos pruritos soberanistas y permitir que los socios corrijan y enmienden las políticas erráticas de algunos socios. Parece que Grecia será el primer país al que se obligará a despertar de su sueño de eterna irresponsabilidad.

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