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Columna
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El presidente de la UE debe reafirmarse

Ser de Bélgica y tener un nombre difícil de deletrear no le debería impedir a nadie obtener un empleo. Herman Van Rompuy ciertamente carece de la popularidad de algunos de los candidatos que sonaban para el puesto de presidente del Consejo de la UE, como sí la tenían el británico Tony Blair o el español Felipe González.

Pero que sea desconocido no significa que Van Rompuy no sea un buen candidato para el cargo. El antiguo primer ministro belga deberá trabajar duro para borrar la mancha de la duda que le ha vertido el eje franco-alemán.

Y dispondrá de múltiples oportunidades para hacerlo, ya que la agenda del Consejo es apretada. Entre otras cosas, deberá acordar una salida coordinada de los paquetes de estímulo, regular la profundidad y el camino a seguir de las reformas de la regulación financiera y decidir cómo de rápido debe la UE volver a las estrictas normas de competencia tras la marea de bancarrotas inducidas por la crisis.

El Tratado de Lisboa es lo suficientemente vago en su definición de las competencias del presidente del Consejo que le permitirá a éste diseñarse el traje a medida. Podrá convertirse en un simple jefe de los líderes europeos, asegurándose de que todos asisten a las reuniones programadas, de que la agenda sea consensuada y de que las máquinas de café funcionen correctamente. Si le gusta viajar podrá ser un embajador itinerante de la UE, representando a ésta allí donde sea necesario y pronunciando discursos agradables previamente censurados por los Gobiernos interesados. También tendrá la opción de ser un líder, empezando por asegurarse de que el compromiso, el único proceso de toma de decisiones de la UE, no se base siempre en el mínimo común denominador. Van Rompuy llega al cargo precedido de una reputación de duro e inteligente negociador. Necesitará esa habilidad para sacarle concesiones a 27 primeros ministros.

Deberá también hacerle frente a la alianza franco-alemana que le ha nombrado. Porque, como en tantas otras cuestiones europeas, fueron París y Berlín quienes propiciaron la elección de Van Rompuy. Ni Nicolas Sarkozy ni Angela Merkel querían en el puesto a un líder con una fuerte reputación internacional, y querían que viniese como ellos del sector conservador. Como siempre, los países pequeños simplemente refunfuñaron. Si quiere ser un auténtico presidente, Van Rompuy deberá, en primer lugar, olvidar quién ha hecho posible su elección.

Pierre Briançon

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