La rueda no puede dejar de girar
La teoría sobre la inestabilidad intrínseca del sistema financiero, planteada por Hyman Minsky en los años 70 y recuperada a colación el año pasado, durante el crac de los mercados, tenía un corolario que conviene recordar en estos días. Y es que el origen de las tuburlencias financieras está, muchas veces, en las medidas ante turbulencias anteriores.
Una vez estalla una burbuja, las autoridades tratan de paliar sus efectos, pero esta actuación genera otros desequilibrios que terminan por provocar más problemas. Tras los cracs de 1987 y 1994, en 1997 llegó la crisis de los mercados asiáticos. El mundo occidental se salvó, pero no por mucho tiempo, porque el verano siguiente Rusia declaraba el impago de su deuda y quebraba el hedge fund LTCM, dirigido por los premios Nobel Merton y Scholes, anticipo del desastre subprime. Las bajadas de tipos a finales de 1998 para combatir el pánico financiero inflaron la burbuja tecnológica. Tras su estallido en 2000-2002, nuevas bajadas de tipos de interés alimentaron otra burbuja, de carácter inmobiliario y financiero. Es el llamado Greenspan put; la convicción de que las autoridades serían capaces de evitar un crac ha sido un incentivo -entre otros muchos- a la asunción de riesgos.
Parecía que Lehman habría cambiado el mundo, pero ahora no está tan claro. Que los bancos de Wall Street vayan a pagar bonus récord es inmoral, pero no relevante. Lo relevante es que las medidas contra el crac financiero pueden estar engendrando otra crisis. Si los bancos centrales retiran la respiración asistida soporte al sistema financiero, habrá sustos. Si no lo hacen, pueden surgir nuevas burbujas, o puede aparecer la inflación. En todo caso, está claro que un sistema financiero tan voluminoso que necesita de periódicas etapas de dinero regalado para no sumir al mundo en el caos no es una buena idea. Pero no parece haber nadie con la voluntad política para hacer frente a este reto.