Presupuestos, crisis y lo que nos aguarda
Los Presupuestos del Estado han provocado, en general, una respuesta negativa sustentada en razones muy diversas. Abarcan desde los que argumentan que las previsiones para 2010 son demasiado optimistas, hasta los que indican que, incluso con el cuadro macroeconómico del Gobierno, las previsiones de ingresos parecen difíciles de alcanzar. Además, sectores de la izquierda se oponen, argumentando que serán las clases medias las que acabarán pagando el grueso del alza fiscal. Y, desde la derecha, se argumenta que es el gasto público el que debería recortarse. En fin, de todo como en botica.
El problema de estos Presupuestos no tiene que ver con el aumento de la presión fiscal. De hecho, aumentos de la presión fiscal serán necesarios, dado que nuestro gasto público nunca ha sido demasiado importante. æpermil;ste ha pasado del 25% del PIB al inicio de la transición (cuando los países europeos más relevantes estaban en el 50%) al 42% en 1985, con estabilidad posterior y, desde 1996 en adelante, reducción de su peso (hasta el 38%-39% en 2003). Y, en estos últimos años, cerca del 42%, lejos de los valores de Francia o Alemania, en el entorno del 50%.
El problema de estas cuentas deriva de una incorrecta apreciación del futuro inmediato. El Gobierno acierta en su diagnóstico: una parte de la crisis deriva de nuestros errores, al permitir un crecimiento inmobiliario que jamás debió tolerarse, y otra, del colapso financiero internacional. Pero yerra cuando se deja llevar por el optimismo de una recuperación internacional incierta. Y, en especial, por no tomar en cuenta suficientemente la gravedad de nuestros problemas: exceso de endeudamiento familiar y empresarial, brusca reducción del crédito desde tasas de crecimiento insostenibles, importante destrucción de empleo y de tejido productivo, reconversión y reajuste de la construcción residencial, fuerte crecimiento de los costes laborales unitarios y pérdida de competitividad exterior, que ahora emerge con dureza. Todo ello, aderezado con un euro al alza y haciendo frente a la competencia de países (europeos o no) que han devaluado sus divisas, o que han puesto en práctica importantes deflaciones de costes laborales.
Es cierto que lo peor de la crisis ha pasado: entre octubre de 2008 y marzo de 2009, se perdieron cerca de 1,2 millones de empleos y, ya en el segundo trimestre de este año, esta destrucción se ha contenido de forma clara. Pero el proceso de reajuste de una economía dopada con la construcción residencial, crédito barato y abundante ahorro exterior, no va a ser tan simple ni tan rápido como en Alemania o Francia, que no presentaban aquellos desequilibrios. Recuperar la ocupación perdida nos va a llevar, como mínimo, hasta 2015, y restablecer el nivel anterior del PIB tampoco será fácil, dada la pérdida de crecimiento potencial que ha provocado la crisis.
No lo tiene fácil el Gobierno. Debe intentar atajar un déficit público a todas luces insostenible y, al mismo tiempo, continuar impulsando la actividad. Las cuentas que se presentan intentan cuadrar un círculo imposible: atender, simultáneamente, a los dos frentes. Hoy, lastimosamente, la cuestión primordial continúa siendo la recuperación. Y hay que dejar, para más adelante, la necesaria consolidación fiscal.
Otra cuestión, distinta, es la distribución de los costes de la crisis. Ahí se encuentra a faltar mayor valentía para gravar rentas más elevadas, tal y como ha hecho el Gobierno Brown en Gran Bretaña, con la elevación del 40% al 50% en el tipo marginal sobre la renta de las personas físicas. Y, en este mismo contexto, no deja de sorprender que hace un año se haya liquidado el impuesto sobre el patrimonio, o que la tributación de las Sicav continúe como hasta ahora. Pero éste es otro debate.
No obstante lo anterior, una vez que el crecimiento se recupere, los aumentos fiscales van a ser indispensables. Y no sólo para reconducir un déficit excesivo, sino porque el país afronta problemas estructurales que difícilmente van a poder resolverse sin mayores ingresos públicos. Sanidad, pensiones y reforma del modelo productivo van a tensionar los recursos, al tiempo que un horizonte alcista de tipos de interés aumentará la carga de la deuda. Ahora no es el momento de las subidas fiscales. Pero ello no quiere decir que puedan posponerse mucho más allá de 2010.
Josep Oliver Alonso. Catedrático de economía aplicada de la universidad autónoma de Barcelona