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A fondo

Los 100 días más largos de una presidencia

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama.REUTERS

La foto de Barack Obama cuelga del Dave's, uno de los numerosos pequeños restaurantes de comida rápida jamaicana en Brooklyn. A su lado, otra foto de la primera familia, en la que la esposa e hijas del presidente posan con el fondo de la Casa Blanca. Para la inmensa mayoría de las personas de su raza, Obama sigue siendo algo parecido a un héroe. Para el resto, y según las encuestas, es el líder necesario. Su trabajo está siendo valorado con altas calificaciones. Según Gallup, el 56% de los americanos dice que está haciendo un trabajo excelente y el 79% afirma que, al menos, lo está haciendo 'OK'. El 50% cree que el país va en la dirección correcta, según The Washington Post/ABC News. Antes de su toma de posesión ese porcentaje era del 19%. Con esas notas populares, Obama celebra mañana sus primeros 100 días en la presidencia, un periodo que desde Franklin D. Roosevelt ofrece la medida del trabajo de los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca.

Y el listón está alto, porque Roosevelt, que tuvo que lidiar con la Gran Depresión, puso en marcha el New Deal en los tres primeros meses de su presidencia: 'La nación pide acción y ahora', dijo el presidente a sus subordinados en marzo de 1933, según el profesor Jean Edward Smith en su libro F. D. R. Ningún otro presidente ha sido tan activo como él, pero Obama es uno de los que más se le acerca; tanto, que hay quien cuestiona si no está tratando de hacer demasiadas cosas a la vez. De hecho, Obama mandó el mensaje de que tomaba el control antes que nadie. Dos semanas después de ganar las elecciones. En puridad, se podría decir que los 100 días empezaron mucho antes que la presidencia. Aún le quedaban dos meses para tomar posesión cuando la agenda de Obama tomaba forma y mandaba mensajes de confianza a los americanos. Los 100 días más largos de una presidencia tienen su primer hito en la aprobación del paquete de estímulo fiscal de 787.000 millones de dólares en febrero, apenas cuatro semanas después de jurar su cargo. Fue una victoria algo amarga. Obama, que había llegado a Washington con una actitud pragmática, un mensaje de cambio e interés en el bipartidismo, no recibió el apoyo republicano que buscaba y que es uno de sus puntos de partida para la recuperación. A la hora de juzgar este esfuerzo, que agravará aún más un déficit que ya heredaba (hasta los 1,75 billones), quizá lo más importante son los siguientes 100 días. Pero ni economistas ni políticos han esperado.

Desde la izquierda, economistas como Paul Krugman consideran que el esfuerzo es tímido y Obama tendría que haber hecho más. Desde la derecha, se echan en falta más recortes fiscales y literalmente se condena el gasto social, algo que, incluso, ha tenido un reflejo popular con pequeñas manifestaciones. Pero Obama no se ha achicado. Ni siquiera la contestación a su plan de ayuda al fin de los embargos, dotado de 75.000 millones de dólares, ha mitigado su idea de que los problemas económicos tienen raíces profundas que deben revisarse. Siguiendo el lema que su jefe de gabinete, Rahm Emanuel, verbalizó: 'No se puede desaprovechar una crisis', Obama ha presentado un presupuesto con un gasto de 3,55 billones, en el que insiste en el gasto social y sienta las bases de reformas de largo plazo como la del deficiente sistema sanitario.

El presidente ha logrado cambiar, en cierta medida, la idea que Ronald Reagan dejó como herencia de que el Gobierno es el problema y no la solución, aunque no todo el mundo comulga con ello y los que lo hacen están muy influidos por las actuales circunstancias. Sus ideas de cambio y el control que ejerce sobre un sector privado que no deja de recibir ayudas públicas (banca y automovilísticas) han ayudado a colgar el epíteto de liberal o socialista a Obama por parte de la derecha, algo que está muy lejos de ser un cumplido en EE UU y también muy lejos de ser verdad. Obama ha demostrado ser más pragmático que ideólogo, y así lo hizo patente al afirmar que la reforma de la sanidad no podía significar avanzar hacia un sistema como el europeo, pues no se podía empezar desde cero ni cambiar la mentalidad del país. El plan de rescate de la banca, la iniciativa que más está costando sacar adelante y que más críticas le cuesta por la parte de la izquierda, está apoyado en la iniciativa privada (que apenas asume riesgo) y su Administración ha desestimado la vía de las nacionalizaciones, de nuevo argumentando que no es algo con lo que esté cómoda la sociedad. Las críticas y las muestras de adhesión popular han mostrado que Obama es un gran equilibrista, pero estos 100 días también han demostrado que su misión no es llegar al final de la legislatura a cualquier precio, sino pensando a lo grande. Cuando el día 16 presentó sus planes para el tren de alta velocidad, cerró su intervención diciendo: 'No hay que hacer planes pequeños'.

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