Mano dura contra los paraísos fiscales
Las enérgicas medidas en materia de paraísos fiscales están siendo ya saludadas como una de las cosas buenas para salir de la crisis financiera. Con toda razón. Ahora esos excesivos tipos de gravamen han desaparecido, no hay justificación para que errantes Estados ricos, molestos principados y poco fiables naciones en desarrollo saquen provecho ayudando a los ricos del mundo.
En las semanas previas a la cumbre del G-20 en Londres, la mayoría de los principales centros de reducción fiscal firmaron lo que la OCDE llama el estándar fiscal internacional. Aquellos que no firmaron o no siguieron sus compromisos para compartir información fiscal serán tratados como parias financieros.
Contemplando las amenazantes sanciones, es fácil ver por qué los paraísos fiscales se han dado la vuelta. La caja de herramientas de contramedidas incluye el recorte de ayuda a los países pobres, la ocultación de impuestos en los pagos fronterizos y no permitir deducciones de impuestos por gastos en las tierras malas. Esto es suficiente para convertir la evasión fiscal en un desastre económico.
El éxito del G-20 es bienvenido, pero suscita dos cuestiones impertinentes. Primero, considerando que las rápidas promesas de conformidad vienen una vez que las naciones del G-20 se han puesto duras, ¿por qué lo han hecho tan tarde? La respuesta es sencilla. Los políticos no eran verdaderamente partidarios de ejercer una sustancial presión sobre Suiza, Luxemburgo, Andorra, Vanuatu y otras parecidas. Los paraísos fiscales -como los paraísos en alta mar para juego, prostitución y otros vicios- son divertidos de condenar pero agradables de utilizar.
Segundo, ¿aguantarán las naciones del G-20 su firmeza? Las resoluciones poscrisis podrían fácilmente mostrarse tan duraderas como una típica variedad de Año Nuevo. El recién ampliado Consejo de Estabilidad Financiera y el Financial Action Task Force de la OCDE aseguraran la aplicación. Deberían trabajar rápido y duro para establecer buenos hábitos. De otra manera, los políticos y sus ricos amigos descubrirán una vez más la necesidad de un paraíso seguro de extremistas populistas.
Edward Hadas