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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La obligación del G-20 es traer confianza

Las delegaciones occidentales más poderosas -EE UU y Gran Bretaña, por un lado, y Francia y Alemania, por otro- llegan hoy a la reunión del G-20 con las rayas rojas trazadas en una preocupante falta de sintonía. El bloque anglosajón aspira a aprobar más planes de estímulo con fuertes desembolsos para atajar la crisis mundial. Por su parte, el francogermánico está preocupado por la poscrisis y sus aspiraciones están puestas en las reformas del sistema financiero mundial y el fin de los paraísos fiscales. Unos y otros deben encontrar respuestas conjuntas. Obviamente, es preciso que las empresas y los ciudadanos de todo el mundo sientan que hay luz al final del túnel, pero igualmente es importante sentar las bases para que la economía internacional no vuelva a caer en las mismas trampas de antes de la crisis de las subprime.

Sin embargo, por encima de una y otra posturas, lo realmente transcendental es que hoy en Londres se lance un mensaje conjunto que contribuya a generar confianza en los habitantes del planeta y en los mercados, que estarán pendientes de las conclusiones. Si las diferencias prevalecen, no sólo será un viaje a ninguna parte, sino, y esto es lo peor, se resentirá aún más la ya debilitada confianza.

Por eso no van a servir simples declaraciones de buenas intenciones, como el papel mojado de la predecesora cumbre del G-20, en Washington. La canciller de Alemania, Angela Merkel, acierta al demandar medidas concretas y de rápida aplicación que aseguren la mejora de las reglas de funcionamiento del modelo financiero internacional. Porque el detonante de la crisis más grave de las últimas décadas ha sido la laxitud a la hora de permitir a la banca y otros actores crear productos financieros de alto riesgo, y la ausencia de control posterior. Algo ha de cambiar para tener la certeza de que no se repetirán esos desmanes.

Pero los líderes presentes en Londres tampoco pueden limitarse a la reforma del sistema financiero. Las pretensiones de EE UU y Gran Bretaña deben tener también respuesta. Es cierto que a Europa se le ha agotado la capacidad para seguir aumentando el gasto público a costa de disparar unos déficits presupuestarios ya de por sí abultados. Sin embargo, el mismo principio prevalece para Barack Obama y Gordon Brown, quienes han optado por continuar endeudándose. La respuesta puede no ser más dinero público, sino mejor empleado.

Es también imprescindible que el comercio mundial salga impulsado de esta cumbre. Es un gran reto abortar los peligros proteccionistas, especialmente de los países más ricos, pero también de los emergentes. La experiencia asegura que va a ser difícil poner fin a esta contienda comercial planetaria. Pero la UE está obligada a jugar un papel más protagonista en la reconstrucción del orden económico internacional y a aceptar sin complejos el reto lanzado por Obama nada más aterrizar en Europa. Porque, en efecto, 'EE UU no puede ser el único motor' de la economía.

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