Salvar al mundo, ¿funcionará esta vez?
Mientras los jefes de Gobierno de las mayores economías del mundo se reúnen en la cumbre del G-20, sigue habiendo notables diferencias de opinión sobre lo que se debería hacer y quién debería hacerlo en los tres puntos principales del orden del día: la respuesta a corto plazo al crecimiento lento; los cambios a medio plazo en la regulación de los mercados financieros, y la reforma de las instituciones financieras internacionales. Por este motivo merece la pena revisar las diferentes posiciones y considerar sus ventajas y sus deficiencias.
En vista de las recientes discrepancias transatlánticas, y en cierta medida también intraeuropeas, sobre cuánto estímulo fiscal y monetario sería sensato infundir a la economía, últimamente el miembro de un Ministerio de Economía europeo comparó los recientes llamamientos de EE UU a los Gobiernos europeos para que gastaran más a un tipo que se tiraba por la ventana de un edificio en llamas e increpaba a sus colegas a que hicieran lo mismo: saltar podría ser lo correcto y podría salvarnos la vida, dijo, pero también podría terminar con ella, no podemos estar seguros. Y por lo que parece, hay unos cuantos responsables que prefieren la opción menos drástica.
Pero a lo mejor tienen buenas razones para ello: ahora que el Gobierno de EE UU está aumentando su deuda pública a una velocidad vertiginosa y la Reserva Federal, tras agotar su margen de tipos de interés, está empezando a emitir dinero, las ventajas de hacerlo no están en absoluto claras. No sólo conllevan un significativo lastre de endeudamiento público masivo a medio y largo plazo y con mayor seguridad una inflación alta, sino que también procede recordar que este mismo tipo de medidas, cuando se adoptaron después del estallido de la última burbuja tan sólo nos condujeron a la crisis actual.
Por tanto, resulta irónico que, en vez de alejarse de las estrategias de sus predecesores, Bernanke y Geithner las hayan intensificado, aparentemente convencidos de que lo que condujo al desastre tras la burbuja de las puntocom funcionará ahora a mayor escala.
Por el contrario, parece que los jefes de Gobierno coinciden más en huir de las decisiones del pasado cuando se trata de regular los mercados financieros. Al contrario que con los paquetes de estímulo, aquí sí tenemos pruebas de que estas medidas pueden alcanzar por lo menos su objetivo primario, prevenir las crisis financieras. Sin embargo, la regulación del mercado financiero se hace a costa de reducir la disponibilidad del crédito barato y eficiente a las empresas y por tanto, puede convertirse en un obstáculo para el crecimiento. En las últimas décadas esto se tuvo en consideración lo suficiente como para justificar una desregulación excesiva, un argumento que ahora parece más dudoso. Sin embargo, los expertos encargados de volver a diseñar las reglas financieras, en concreto el Foro de Estabilidad Financiera, tendrán que intentar alcanzar el equilibrio necesario, aplicando una regulación fuerte dondequiera que se detecte un fallo claro de mercado y éste se pueda subsanar mediante la regulación, pero no de otra manera.
Sin duda alguna, es necesario reforzar las instituciones financieras internacionales y en concreto el FMI, pero hemos de reconocer que la única manera de mantenerlas y de que sigan siendo eficaces en las próximas décadas pasa por facilitar la plena participación de los gigantes emergentes como China e India y esto significa también conferirles el poder de reflejar su mayor importancia económica. Parece que este principio se ha reconocido en la cumbre actual, ya que se ha elegido como foro el G-20 y no el G-8. Ha llegado el momento de guiarse por este mismo argumento para reformar las instituciones financieras internacionales.
Christoph C. Basten. Investigador de Economía en el Instituto Universitario Europeo