El modelo de crecimiento gira con la lentitud de un iceberg
La recesión ha cambiado de un plumazo el modelo de crecimiento. La construcción residencial levantó 800.000 casas en 2007 y en 2008 poco más de 200.000: uno de cada cuatro operarios bajaron del andamio y se fueron a casa. El mecano que movía la economía colocando ladrillos y cemento sobre el muro, paró de repente, y generó una disolvente onda expansiva sobre decenas de actividades aledañas, como la fabricación de muebles, puertas, ventanas o electrodomésticos, y han pasado una gravosa factura en términos de empleo y recaudación fiscal. Un modelo de crecimiento ha desaparecido de forma brusca en veinte meses, pero sin alumbrar una alternativa que sustente el nivel de actividad y la fuerza laboral expulsada.
Cambiar los resortes de la actividad no es fácil. Cuesta menos decirlo que hacerlo. El Gobierno y los intelectuales de la economía llevan seis años adoctrinando sobre la necesidad de abandonar la producción de una serie de bienes y servicios para sustituirlos por otros sin traumas ni costes. Y han bastado veinte meses, sin mediación de Gobierno ni intelectuales, para que la crisis haya hecho la mitad del trabajo. La otra mitad es más lenta y precisa de una audacia y liderazgo que los gobernantes no parecen albergar.
No es fácil porque los excesos del modelo que ahora agoniza contienen las dificultades para emprender uno nuevo. Un simple vistazo al reparto del crédito que ha financiado la economía en los últimos quince años revela lo que ha pasado. En 1992 sólo el 32% del crédito a los sectores residentes financiaba actividades inmobiliarias, desde la construcción a la compra de vivienda, pasando por la intermediación inmobiliaria: en 2008 absorben el 60% de los euros concedidos por la banca a la economía. El doble.
Este monumental crecimiento del apalancamiento para alimentar al monstruo que devoraba ladrillos, gres y cemento no ha surgido porque sí: lo ha hecho porque desde los ochenta el presupuesto público ha puesto dulces y generosas zanahorias fiscales al alcance de los hogares. Pese a que en los últimos años se ha congelado el incentivo fiscal a la vivienda en los ochenta era posible desgravar por la compra de hasta tres casas a la vez, hoy sigue siendo el principal asidero de largo plazo para los compradores, ya que con tipos bajos, el coste de la hipoteca lo financia el fisco. Esta práctica fiscal parasitaria ha provocado una descomunal acumulación de deuda en los hogares, que ha llevado el apalancamiento general de la economía a dos veces el PIB, cuando en la anterior crisis escasamente igualaba a tal variable, con el consiguiente bloqueo que provoca en las decisiones de los agentes, sobre todo cuando las expectativas económicas se han quebrado en una nebulosa para una temporada larga.
El giro que se observa en el destino del crédito que financia la economía, que es el indicador más tangible de las mutaciones en el modelo de crecimiento, es muy lento, como el de un iceberg en el polo. En los dos últimos años el crédito tomado para actividades inmobiliarias, según el Banco de España, ha cedido desde el 61,2% al 59,9%. Y lo ha hecho sin dejar de crecer en términos absolutos (un 4%), pese a que los bancos afrontan su crisis particular con contracción de balances.
Préstamo vivo
Pero algo se mueve. El préstamo vivo para actividades productivas, excluyendo la construcción y los servicios inmobiliarios, cerró 2008 con 547.000 millones, un 29,2% del total, y ha experimentado un apreciable incremento desde 2006, cuando su peso era de sólo el 26,73%. Y el crédito a la industria ha crecido un 10,3% en 2008, y supone el 8,35%, punto y medio más que hace dos años. En 1992 suponía el triple que ahora, el 23%; pero se ha contraído porque ha sido más rentable hacer casas que ordenadores.
La demanda de inversión se mueve por la necesidad, pero se agita con estímulos fiscales. Mal puede España construir una economía manufacturera si sólo estimula los áridos. Costará años consolidar un modelo alternativo. Para lograrlo debe incentivarse un itinerario educativo de calidad, una industria intensiva en tecnología y más iniciativa emprendedora. El destino de los impuestos debe orientarse al futuro y no al pasado, con más recursos a la formación de los jóvenes que a la protección de los mayores.