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Debate abierto
Tribuna
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Cómo usar las herramientas fiscales

Los impuestos son una figura controvertida y antipática pero indisociable de toda organización política y social. 'En el mundo no hay nada seguro salvo la muerte y los impuestos', dijo Benjamin Franklin. En la Grecia clásica, en el imperio romano o en la civilización azteca, el poder siempre se las ha ingeniado para gravar las rentas de súbditos, vasallos o ciudadanos. Los impuestos servían -como también sucede ahora- para financiar las guerras y, a menudo, eran el origen de ellas. Una excesiva e injusta carga fiscal fue el detonante de la revuelta de las colonias americanas contra Gran Bretaña, acto que propiciaría el nacimiento de la primera potencia del mundo, Estados Unidos.

A excepción de corrientes anarcoliberales minoritarias, nadie discute la necesidad de tener impuestos y la política fiscal supone una de las herramientas más eficaces para dirigir la economía de un país. El ex secretario del Tesoro estadounidense, Lawrence Summers, en un artículo reciente en el New York Times, se preguntaba qué resulta más eficiente para superar la crisis actual, si la política monetaria (bajar tipos de interés) o los estímulos fiscales, es decir, reducir impuestos. Summers se decantaba por la segunda opción ya que, según él, los cambios impositivos impactan directamente en las familias, mientras que una rebaja del precio del dinero tiene su efecto inmediato en las instituciones financieras.

Desde la filas del Partido Popular, reclaman al Gobierno una reducción de impuestos y austeridad en el gasto: más mercado y menos Estado. Es una vieja fórmula que aupó al poder a Ronald Reagan en Estados Unidos y a Margaret Thatcher en Gran Bretaña durante la década de los 80. El presidente Reagan entró en la Casa Blanca prometiendo rebajas impositivas y apoyándose en el economista Arthur Laffer, quien defendía que una reducción de impuestos podía provocar un aumento de la recaudación.

Su teoría se la conocen al dedillo en la calle Génova. La curva de Laffer señala que existe un punto óptimo en la relación entre impuestos y recaudación económica, a partir del cual, un incremento en el gravamen tributario desincentiva la actividad económica y provoca una menor recaudación. Y viceversa, pasado ese punto óptimo, una reducción impositiva, activa la economía y los ingresos tributarios aumentan.

Rajoy concurrió a las elecciones con un programa electoral en el que prometía más rebajas fiscales y abogaba por un menor intervencionismo estatal. El neoliberalismo siente una desconfianza casi antropológica hacia el Estado, que identifica con burocracia e ineficiencia económica. La función principal del Estado -que goza del monopolio de la violencia- es garantizar la seguridad y evitar distorsiones en el libre mercado.

Sin embargo, la teoría y la práctica no siempre casan. Reagan asumió la presidencia estadounidense como adalid del neoliberalismo y terminó aplicando una política que algunos expertos atinaron en bautizar como keynesianismo militar o de derechas. Lejos de bajar los impuestos, Reagan, como defendió el recientemente elegido Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, en un ya viejo artículo en el New York Times, fue el presidente estadounidense que 'subió más los impuestos para un número mayor de personas'. Su política se tradujo en una disminución de las prestaciones sociales, un incremento del gasto en Defensa y en la acumulación de un déficit fiscal estratosférico.

Porque una cosa es el mundo de las ideas y otra la realpolitik económica. La divisoria entre ideologías cada vez es más tenue. El presidente español José Luis Rodríguez Zapatero aseguró en 2005 que 'bajar impuestos es de izquierdas'. Lo hizo cuando la economía española marchaba viento en popa y los ingresos tributarios desbordaban las previsiones. Durante su primera legislatura, Zapatero aprobó la reducción del impuesto de sociedades -que grava los beneficios empresariales- cuyo tipo rebajó del 35% al 30% para las grandes empresas y del 25% al 20% para las pymes. Allí Laffer acertó. Zapatero bajó los impuestos pero el ímpetu económico era tal que las arcas del Estado, con un crecimiento del PIB superior al 3%, acumulaban superávit. Las cuentas públicas arrojaron en 2007 un saldo positivo de 23.368 millones de euros, equivalente al 2,23% del PIB, inaudito en España.

Sin embargo, los días de bonanza han terminado. La crisis financiera a nivel global, la recesión en el sector inmobiliario, que durante más de una década fue clave de la actividad, han devuelto a España a una realidad amarga. La recaudación tributaria ha sufrido en 2008 una caída vertical, el aumento del paro convierte en quimera el pleno empleo y en apenas seis meses el superávit del Estado se ha esfumado. Ahora el Gobierno, con lógica keynesiana, asegura que su objetivo es priorizar la inversión pública en áreas productivas para paliar la falta de iniciativa privada. Pretende, así, estimular la demanda y el empleo desde el sector público. Si bien el objetivo de austeridad -que impone Bruselas- se mantiene, el Gobierno recurre al gasto público por encima de los ingresos, es decir, presupuesta en déficit.

Y cuando el Partido Popular o CiU piden en el Congreso una reducción de cinco puntos en el impuesto de sociedades el Gobierno lo rechaza con el argumento de que dañaría sobremanera la recaudación. Sin embargo, hay cierta contradicción en el seno del Ejecutivo. Por un lado, ahora se opone a rebajar los impuestos al tiempo que, durante la campaña electoral, los socialistas sorprendieron con la promesa de una rebaja fiscal de 400 euros para asalariados, autónomos y jubilados. La medida, ya aprobada, supone un coste anual de unos 6.000 millones de euros y estará vigente hasta el final de la legislatura. La deducción supondrá para el Estado dejar de ingresar unos 24.000 millones de euros, que equivale al superávit que todas las Administraciones Públicas obtuvieron en 2007 y es superior al dinero que el Gobierno reserva para el próximo año en prestaciones por desempleo. Zapatero argumenta que la medida aliviará la economía de las familias e impulsará la demanda.

Si bien la intervención de los Gobiernos en economía es considerada por la teoría clásica como distorsionadora y contraproducente, ahora, con la crisis financiera y los problemas de los grandes bancos estadounidenses y europeos, el dinero público aparece como la única solución para remontar la economía global y restablecer la confianza y la estabilidad en los mercados. Incluso, la anatematizada palabra nacionalización, desterrada del diccionario de las democracias occidentales, regresa al escenario económico. 'No redescubrimos a Karl Marx sino que redescubrimos cosas que ya vio Roosevelt hace 75 años', dijo Paul Krugman en una televisión americana. Y añadió: 'Dejar que los mercados se las arreglaran fue desastroso en los años 30 y ahora casi nos lleva al desastre'.

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Francisco de la Torre Díaz

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