Bush, a la altura de Luskashenko
Nadie respeta ya al hazmesufrir de los últimos ocho años. Ahmadinejad sigue comprando centrifugadoras como un poseso. Kim Jong-il ha arrancado los precintos a la central nuclear norcoreana. Chavez invita a los Tupolev a aterrizar en los aeropuertos venezolanos. Y Putin se merendó este verano de una sentada Abjazia y Osetia del Sur. Parece que en los tres meses de agonía política que le quedan, George W. Bush está condenado a convertirse en el hazmerreír del planeta.
La prueba más evidente de ese sino quizá esté en Bruselas, donde incluso el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, ha osado reclamarle a EE UU que asuma sus responsabilidades y ataje de una vez por todas la epidemia financiera que ha contagiado a todos los continentes. No es poco atrevimiento para un organismo como el comunitario cuya política internacional se resume habitualmente en tres modelos de comunicado de prensa: uno, para felicitar al vencedor de las elecciones celebradas en cualquier país; otro, para condenar algún atentado; y un tercero para lamentar alguna catástrofe natural.
Hasta ahora, la Comisión de Barroso sólo se salía de ese corsé para atacar al dictador bielorruso, Alexander Luskashenko, en un descarado intento de atraer ese país desde la esfera de influencia de Moscú hacia la de Bruselas.
Después del susto ruso en Georgia parece que la CE tendrá que buscar otra víctima para sus invectivas. E inesperadamente su inquina se ha vuelto contra Bush. Quién sabe. Si continúa arreciando la impresión de que la debacle financiera en EE UU no es un error de cálculo sino un saqueo bien calculado de fondos públicos y privados, Bruselas, tal vez, incluso se desmelene y plantee sanciones diplomáticas contra los miembros más prominentes de la administración Bush. Y de paso, quizá aproveche para levantar las impuestas a Luskashenko.