_
_
_
_
_
Opinión
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Economía y sociedad

El progreso económico de las naciones ha dependido históricamente del uso de fuentes energéticas con las que alimentar sus procesos productivos y el creciente consumo de su población. La estrecha conexión entre energía e industrialización es un hecho universal y bien documentado desde hace más de dos siglos, cuando la máquina de vapor ­un ingenio para transformar la energía térmica del carbón en energía motriz­ supuso un hito y un símbolo para el avance de la primera revolución industrial.

Después, a lo largo del siglo XX, distintos procesos de sustitución energética, guiados por las ventajas técnicas y de precios relativos de unas fuentes sobre otras, han permitido mantener un consumo de energía que ha llegado a multiplicarse por 50 en una centuria; consumo no exento de problemas ambientales, pero que ha servido, en todo caso, para impulsar un desarrollo económico sin precedentes a escala mundial, sobre todo en algunas áreas. Como resultado, una veintena de países, los catalogados por el Banco Mundial como de ¢renta alta¢, con apenas un 15% de la población mundial, concentran actualmente más de la mitad del consumo energético del planeta.

Esta realidad, que ya sufrió los embates de las sucesivas crisis del decenio de 1970, se ha complicado con factores de oferta y de demanda que, en mercados tan sensibles como los energéticos ­y el petrolero en particular­ han forzado desde los primeros años de este siglo alzas de precios que han ido saltando sucesivas barreras.

Por el lado de la demanda, la incorporación al proceso de desarrollo y, por tanto, de gran consumo energético, de las economías asiáticas de mayor tamaño, con China a la cabeza, ha desequilibrado el mercado de los hidrocarburos. Desequilibrio al que la oferta, sujeta a rigideces en la producción y el refino, apenas ha respondido, y que se ha acentuado con los movimientos especulativos que la nueva situación, siempre dependiente de complejos factores geopolíticos, ha desatado. Como consecuencia, desde los inicios de 2008 los precios del crudo superan en términos reales, descontada la inflación, el más alto registro conocido, el de diciembre de 1979.

Puede decirse, de un modo muy sintético, que si los factores geológicos y naturales son los que dominan la escena del mercado petrolero mundial a largo plazo por el lado de la oferta, los factores económicos y demográficos son los más determinantes por el lado de la demanda.

Rigidez de la oferta ­de crudo y de refino, no se olvide­ y presión de la demanda explican, junto con otros factores de índole geoestratégica y política que se han concitado muy negativamente desde comienzos del nuevo siglo, el fortísimo alza de los precios del crudo experimentado en los últimos años. Sin olvidar que éste es un mercado muy dependiente no sólo de los hechos, sino también de las expectativas de todo tipo generadas en torno de cada uno de los factores mencionados. Y que, además de los mercados físicos, están los de tipo financiero ­y en gran parte especulativo­ donde se negocian opciones y futuros sobre este preciado bien que exceden con mucho las transacciones reales que se realizan efectivamente, pero que inciden también en el precio de éstas.

La elevación actual de los precios del petróleo afecta a cualquier economía moderna por varias vías: la más obvia es el alza directa de los precios al consumo a través del coste de los combustibles, a la que puede sumarse la debida a la elevación de los costes de producción de muy diversas actividades. æpermil;ste es, precisamente, el otro canal de transmisión de los shocks petroleros, el que afecta al nivel de actividad real de la economía,que sufrirá el empobrecimiento derivado de la elevación de costes (incluidos los salariales, si se dan ¢efectos de segunda ronda¢), del deterioro en la relación real de intercambio y del menor poder de compra que significa la transferencia de recursos hacia los países de los que se importa el crudo.

El shock de oferta, salvo que se controlen los ¢efectos de segunda ronda¢ y se compensen sus efectos con una mayor productividad de los factores, se tornará así, inevitablemente, en un shock de demanda, agravando su impacto último sobre la actividad económica, tanto más si entran en liza expectativas de signo negativo.

El resultado final puede resumirse de un modo muy sencillo: más inflación y menos renta. Ya se vivió, y dramáticamente, en el pasado. Con todo, algunos factores han hecho que todo esto se haya reflejado ahora más tardíamente en la economía mundial y, más en concreto, en la europea. No puede dejar de citarse, entre estos factores balsámicos, el correcto manejo de las políticas discrecionales ­monetaria y fiscal­, junto con el oportuno efecto moderador de la cotización del euro. Bálsamos que hoy ya parecen insuficientes.

Así, la Unión Europea está cada vez más expuesta a los efectos de la volatilidad y las subidas de precios en los mercados internacionales de la energía y a las consecuencias de la concentración progresiva de las principales fuentes en pocas manos. Europa ­y España con ella­ afronta los retos del nuevo tiempo con una política energética común trenzada en torno de los fines de la seguridad del suministro, la competitividad de los mercados y la protección medioambiental. Política que sufre, por un lado, de la falta de concreción que impone el siempre difícil equilibrio de intereses nacionales dentro de la Unión, y, por otro, del complicado logro simultáneo de sus tres objetivos (lo que en política económica se conoce como trade off).

De cualquier modo, el desafío energético actual también puede proporcionar positivas posibilidades de aprovechamiento para Europa, como ya sucede en el campo de las energías renovables. Como dijera, al referirse al mundo de las finanzas, el gran economista Irving Fisher, ¢el riesgo está en relación inversa con el conocimiento¢. æpermil;sta es la ventaja que debe aprovechar Europa.

Maite Costa. Presidenta de la Comisión Nacional de la Energía (CNE)

Archivado En

_
_