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Columna
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El renacer de la agricultura

Durante los últimos 15 años, la doctrina económica dio por muerta a la agricultura. Existían grandes excedentes de cereales y leche, simbolizados por las montañas de mantequilla europeas. Ante esta realidad se inició una traumática reforma de la política agraria comunitaria, destinada a desmantelar los incentivos a la producción y eliminar excedentes. Se primó el abandono de tierras, y la cuantía de la subvención era independiente de la cosecha.

Todo esto se unió a un ciclo de precios agrarios extraordinariamente bajos, que imposibilitaba la rentabilidad económica de la agricultura. La crisis ha sido durísima para los agricultores del mundo entero que padecían cada año el incremento de los costes de sus insumos mientras que el precio de las cosechas disminuía en términos reales. Los agricultores perdieron renta y poder político. Incluso fueron señalados como parásitos que vivían de las subvenciones públicas.

Ese era el panorama hasta anteayer. Pero las leyes del mercado se encargaron de mostrarnos la nueva realidad que hoy nos sorprende. Los precios agrarios, que llevaban muchos años bajando, comenzaron a subir con rapidez, alentados por una angustiosa sensación de carestía. Primero fue el maíz mexicano, después el cereal en todo el mundo, la leche, y ahora el arroz, racionado en algunos supermercados norteamericanos. El eco de las voces que denuncian nuevas hambrunas nos llegan todos los días. La opinión pública se escandaliza ante una cesta de la compra que no hace sino subir, y los responsables de algunos Gobiernos y de instituciones internacionales buscan los responsables del supuesto desaguisado.

Por lo pronto ya han encontrado un chivo expiatorio. Los biocombustibles. Con una frivolidad aparatosa, los acusan de llevar el hambre a los países pobres. De 'crimen contra la humanidad' llegó a calificarlos Jean Ziegler, relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación. Pura demagogia. El consumo para biocombustible apenas supone un 2% de la producción mundial y deben tener su espacio en la producción agrícola global. No podemos prescindir de ellos para ahondar aún más en nuestra trágica dependencia del petróleo. No son el desencadenante de la escasez.

¿Cómo podemos explicarla entonces? Pues de forma muy sencilla. El consumo es superior a la oferta. Desde finales de los setenta, cuando finalizó la revolución verde que modernizó los cultivos, la población mundial ha crecido en 2.200 millones de personas, mientras que apenas se ha invertido en la agricultura, considerada como algo antiguo para los Gobiernos que soñaban con economías tecnológicas y del conocimiento. El despertar ha sido duro. Sin agricultura, sin garantía de suministro, no puede existir desarrollo. La agricultura fue despreciada durante décadas, sus métodos cuestionados, y los posibles avances prohibidos por sus supuestas repercusiones medioambientales.

Además, los bajos precios impuestos desalentaron a los agricultores, que abandonaron millones de hectáreas. Baste recordar que desde 1900 al 2000, los alimentos habían reducido su precio en cuatro veces en términos reales. Los productos agrarios precisaban subir, por el bien de todos los agricultores, especialmente los de los países pobres.

Independientemente de la posible repercusión de los especuladores de futuros, los precios agrarios suben porque la demanda es superior a la oferta. Parece que así continuará durante varios años. Estas nuevas perspectivas harán indispensable el renacer de la agricultura. Sus profesionales y empresarios dejarán de ser tratados como parásitos para recuperar el importante papel que siempre tuvieron en la sociedad. Se reforzará la investigación, se acometerán inversiones en infraestructura y regadíos.

Se trata de hacer más productivas las actuales tierras de cultivo, ya que no debemos deforestar más zonas vírgenes. Precisamos de un renacer de la agricultura. Los poderes públicos mundiales deben tomar buena nota de ello. Una nueva reforma de la PAC se hace del todo imprescindible. Se equivocaron los que creyeron que los agricultores eran un simple decorado en el paisaje. Nuestra alimentación, como desde siempre, sigue dependiendo de ellos.

La recuperación de los precios agrarios es una buena noticia. El hundimiento de sus cotizaciones es el responsable de la actual escasez. No es cierto que perjudique a los países pobres. Al contrario, los beneficiará, ya que son grandes productores agrarios. Veremos cómo la economía de muchas zonas deprimidas del mundo despierta en este ciclo de precios agrarios al alza.

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