Barroso se retrata de nuevo en Bruselas
La nueva figura de presidente de la UE condiciona la renovación del portugués
José Manuel Durão Barroso está en campaña para renovar'. La frase se repite una y otra vez en los conciliábulos de Bruselas, a pesar de que faltan dos años para que expire el mandato del presidente de la Comisión Europea. El aludido se resistía en una reciente entrevista con Cinco Días a fomentar esa 'atmósfera de final de reinado'. Pero el diagnóstico puede ser menos prematuro de lo que parece. Primero, porque en las instituciones comunitarias los nombramientos empiezan a rumiarse muchos meses antes de adoptarse.
Y en segundo lugar, pero mucho más importante para Barroso o cualquier aspirante a la cúpula comunitaria, porque esta vez la carrera hacia la Comisión se iniciará tan pronto como se firme el Tratado de Lisboa. La rúbrica tendrá lugar en la capital portuguesa el jueves, con presencia esperada de los líderes de los de la UE, incluido el presidente Rodríguez Zapatero.
Los cazatalentos europeos se pondrán en marcha ese día porque el nuevo Tratado, si su ratificación no descarrila en Irlanda o el Reino Unido, creará a partir de su entrada en vigor (prevista para enero de 2009) la codiciada figura de presidente de la UE. Para el cargo suenan ya desde el primer ministro el luxemburgués Jean-Claude Juncker hasta su homólogo danés Anders Rasmussen. Lo único seguro es que el elegido deberá cohabitar, con previsible incomodidad, con la presidencia de la Comisión. Para complicar más las cosas, el Tratado también reforma la estructura de la política exterior europea, unificada en la figura de un alto representante (cargo que ocupa ahora Javier Solana) que será también vicepresidente de la Comisión.
Los tres puestos (presidente de la UE, de la CE y vicepresidente para política exterior) se prestarán en 2008 a un regateo conjunto en el que la UE intentará respetar equilibrios políticos y geográficos. En esa balanza, el portugués Durão Barroso pesa como meridional y miembro del Partido Popular Europeo.
Si este grupo político repite su victoria en las elecciones al Parlamento europeo de 2009, Barroso daría un salto importante hacia la renovación de su contrato en Bruselas. El presidente del PPE, Wilfried Martens, ya ha declarado que por el momento Barroso es su candidato.
Pero si el PPE apostara fuerte por la presidencia del Consejo podría tener que sacrificar la devaluada presidencia de la Comisión. Un cálculo que sería letal para la carrera de Barroso en Bruselas salvo que el portugués cruzase la calle Loi que separa las dos instituciones y se postulase para el nuevo puesto. 'A Barroso lo único que le preocupa es seguir saliendo en la foto', apuntan en el Consejo.
Salida del Gobierno
El interés que se atribuye al portugués por seguir en lides comunitarias parece relacionado con su difícil vuelta a casa. Por imprudencia o fatalidad, las naves de Barroso ardieron cuando en 2004 abandonó Lisboa y dejó el timón de su Gobierno a Pedro Santana. Un grumete de dudosa moralidad que en seis meses desestabilizó el país y perdió las elecciones anticipadas.
El socialista José Sócrates se ha consolidado desde entonces como primer ministro. Y el conservador Aníbal Cavaco Silva ocupa la presidencia portuguesa con claras perspectivas de reelección. Con Lisboa copada, Barroso parece condenado a seguir en la Comisión, una institución donde, según confesó a este diario, 'estoy disfrutando de verdad'. Sus patrones, los 27 Gobiernos de la UE, también parecen satisfechos. Los partidarios del lisboeta lo atribuyen a su habilidad para encontrar el equilibrio entre ambición y realismo político. Sus detractores, a una mansedumbre hacia las capitales desconocida hasta ahora en Bruselas.
Nadie puede negarle que se ha ganado las dos interpretaciones a pulso. Tan pronto como llegó al cargo, por pragmatismo o docilidad, aguó los proyectos polémicos de su predecesor Prodi, como la directiva de liberalización de los servicios o la regulación de la industria química. Y después, extremó la cautela ante cualquier iniciativa social o medioambiental que pudiera herir a los países más liberales o a las industrias más contaminantes
Pero Barroso no es hombre de principios inflexibles. Cuando su mentor Tony Blair promovió el informe Stern supo que había llegado la hora del cambio climático. Desde entonces, sus discursos emiten continuas señales de alarma sobre los riesgos que afronta el planeta. Tampoco le han pasado desapercibidas las sirenas proteccionistas de Sarkozy.
Sólo las fotos de un 16 de marzo de 2003 en las Azores permanecen indelebles en su currículum. El año que viene, tras las elecciones de EE UU, Barroso será el último político en activo de los cuatro que anunciaron aquel día la mortífera e ilegal invasión de Irak. La soledad le sorprenderá en el peor momento. Cuando llegue el momento de retratar al futuro presidente de la Comisión.