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Columna
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Biocombustibles

Carlos Sebastián

Con desarrollos tecnológicos plausibles los biocombustibles pueden proporcionar el 30% de las necesidades de combustibles líquidos de forma ambientalmente sostenible y sin afectar la producción de alimentos'. ¿Hace esta afirmación alguien con intereses en la defensa de esta alternativa verde? No, la hace en Science (enero 2006) el científico jefe de British Petroleum, lo que sin duda constituye un testimonio de gran relevancia por su procedencia y constituye un paso más en el debilitamiento de la oposición a la alternativa que representan los biocombustibles, que ha sido feroz y que todavía tiene algunas manifestaciones folclóricas que comentaremos más abajo.

La primera línea de ataque la constituyeron cálculos que reportaban un saldo energético negativo en la producción de bioetanol, línea que se ha debilitado enormemente con los estudios más recientes. Sin ir más lejos, en el mismo número de la prestigiosa revista que hemos comentado, un conjunto de científicos afirman que 'los estudios que reportan un saldo energético negativo utilizan datos obsoletos e ignoran indebidamente la producción de coproductos'.

La siguiente barricada, que reforzaba la anterior, se estableció en la supuesta pequeña aportación del uso del bioetanol en las emisiones de CO2. Según las estimaciones más recientes del Ciemat, la energía fósil empleada en la producción y distribución del E85 (85% etanol y 15% gasolina) es de 1,78 MJ por km y en la gasolina 95 de 2,78 MJ por km. Y el ahorro en emisiones de CO2 por el uso del E85 en lugar de gasolina 95 es de 144 gramos por km. A lo que habría que añadir la menor emisión de otros contaminantes (partículas, NOx). Pero esas ratios asociadas al uso del etanol producido con cereales se dividen (ambas: la de menor energía fósil y la de menor emisión de CO2) por siete si hablamos del etanol celulósico (producido a partir de la biomasa).

La paulatina sustitución de carburantes líquidos fósiles por bioetanol es una alternativa viable y necesaria

La siguiente línea de ataque, más reciente, coyuntural y oportunista, aprovechando la fuerte elevación de los productos agrícolas, ha sido afirmar que la producción de bioetanol es la responsable de la elevación de los precios de los cereales. Lo que no se sostiene observando la pequeña proporción de la producción de cereales utilizada en la producción de bioetanol. El fenómeno se enmarca en la fuerte elevación de los precios de todas las materias primas en lo que llevamos de siglo, como consecuencia del aumento de la demanda (en buena parte por el elevado crecimiento de los dos países más populosos del mundo) y de las restricciones a la oferta agrícola en los países más desarrollados (a lo que se ha añadido malas cosechas cerealistas en algunas zonas).

En este proceso de debilitamiento de la oposición a los biocombustibles en general y al bioetanol en particular, resultan más ruidosas algunas manifestaciones que podemos calificar de folclóricas. Desde responsabilizar al bioetanol del encarecimiento de las tortitas de maíz mexicanas, producidas a partir del maíz blanco mexicano, un mercado totalmente separado del estadounidense de maíz amarillo con el que se produce el bioetanol. A la inconcebible afirmación de que los biocombustibles son la causa de la explotación de campesinos en países asiáticos y en Brasil, explotación que, al parecer, no se había producido antes y que cesaría si el mundo siguiera felizmente consumiendo únicamente derivados del petróleo. Pasando por la afirmación de que la opción del bioetanol supone sustituir producción de alimentos para pobres por producción de combustibles para ricos, cuando la pobreza no está causada por escasez de tierras sino por factores políticos e institucionales.

La paulatina sustitución de carburantes líquidos fósiles por bioetanol es una alternativa viable y necesaria. Y lo será aún más cuando el etanol se produzca a partir de la biomasa, opción en la que la industria del bioetanol está trabajando y que puede estar comercializable en 10 o 12 años.

Como apuntaba recientemente en Financial Times el profesor Hausmann, de la Universidad de Harvard, el uso masivo de biocombustibles permitirá poner en explotación grandes extensiones de tierra hoy ociosas, permitirá reducir el ineficiente (e injusto) entramado de subvenciones agrícolas en el mundo desarrollado y permitirá reducir el poder oligopólico de la OPEP. Hausmann apunta también a efectos inciertos de este uso masivo sobre el precio de la tierra, sobre todo si se retrasan las innovaciones para un uso más eficiente de la biomasa. Probablemente esta incertidumbre es una causa añadida en la elevación del precio de los productos agrícolas en los mercados.

Si hubiera un mercado que fijara un precio a la emisión de gases invernadero no sería necesaria la intervención pública para estimular el uso de biocombustibles. Mientras que este desarrollo institucional no esté listo, está justificada la intervención. El Gobierno de Estados Unidos y la Unión Europea han adoptado, correctamente, esta línea.

Carlos Sebastián

Catedrático de Análisis Económico de la Universidad Complutense

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