La inflación, un problema de todos
El INE ha confirmado el dato del IPC avanzado a finales de octubre, y la tasa interanual de inflación ha experimentado una aceleración espectacular, hasta el 3,6%, colocando de nuevo el diferencial de precios con la Unión Europea en un punto. Tampoco hay sorpresas sobre la imputación objetiva del rally de los precios: el petróleo y la alimentación, además de determinados servicios de menor ponderación que se han movido siempre en tasas desmesuradamente altas, como la restauración o la enseñanza.
En buena medida, la alimentación es también víctima de los costes vertiginosos del crudo, puesto que ha hecho saltar los mecanismos de fijación de precios de los cereales y su cadena aguas abajo hasta el consumidor final. Llama la atención el fuerte tirón, tras varios meses bajo control, de la inflación subyacente, la que mide los avances de precios exceptuando la energía y la alimentación fresca. Si tenemos en cuenta que los servicios siguen estables en tasa anual, aunque por encima de lo que es normal en una economía con libre competencia de oferta, y que los precios de todas las manufacturas están en tasas muy modestas por la competencia exterior, debemos concluir que han sido también los alimentos elaborados, los que han llevado la inflación estructural por encima del 3%.
Con la inflación en estos niveles todos los consumidores y asalariados tienen un problema, porque cercena su capacidad de gasto. Con el diferencial con la UE en aumento cuando el ritmo de crecimiento se ha reducido hasta igualarse con Europa, los productores también tienen un problema, porque sus outputs serán menos competitivos. Y por mucho que avancen las bases fiscales, tenderán a contraerse y la pérdida de capacidad fiscal será también otro problema para el Gobierno.
La solución debe partir de una renuncia combinada de riqueza (salarios, márgenes y consumo) para que la espiral endemoniada que se ha iniciado se diluya en un repunte coyuntural. El Gobierno tiene instrumentos a mano, aunque no sean de efecto inmediato. Además de pedir moderación, debe activar mecanismos de liberalización de la oferta de los mercados de bienes y servicios, y fortalecer los resortes técnicos de Competencia, que, en un plausible ejercicio de autonomía, ha empezado a identificar focos de inflación.