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Tribuna
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Un premio para mejorar África

Epidemias, pobreza, guerras civiles, corrupción. Esto que a uno le viene a la mente al pensar en el África Subsahariana. Según los indicadores del Human Development Index, el continente ostenta récords tan lamentables como albergar a los 20 países del mundo con una menor esperanza de vida, o con las mayores tasas de analfabetismo y de mortalidad infantil. Una persona nacida hoy en Zimbabue puede esperar vivir no más de 37 años. Sólo 30 si ha nacido en Suazilandia. El continente ha padecido y padece algunos de los Gobiernos más corruptos, crueles e incompetentes del mundo. Baste pensar en Omar al-Bashir, en Sudán, o en el indeseable Mugabe de Zimbabue, que sólo ha llevado empobrecimiento, hambre y degradación al que un día fue uno de los países más prósperos de África.

Buena parte de los problemas del África Subsahariana residen en la corrupción e incompetencia de sus Gobiernos. Tal y como muestran los informes de Transparency International, la correlación entre miseria y mal gobierno es indiscutible. Cualquier esperanza de mejora en la región pasa por la mejora de los Gobiernos y los gobernantes y por erradicar la endémica corrupción. Y ello, entre otras cuestiones, pasa por introducir incentivos que estimulen el buen gobierno. Esta es la filosofía del premio recientemente otorgado a Joaquim Chissano, ex presidente de Mozambique, por la Fundación Mo Ibrahim (www.moibrahimfoundation.org), una organización constituida por el emprendedor sudanés del mismo nombre para mejorar la calidad de los Gobiernos y los gobernantes africanos.

Se trata de uno de los premios más jugosos del mundo: cinco millones de dólares en efectivo y 200.000 más de renta vitalicia anual para aquellos ex jefes de Estado africanos que se hayan esforzado por mejorar la seguridad, salud, educación y bienestar de sus ciudadanos y que, además, hayan dejado el poder al llegarles el momento. El jurado del premio, presidido por Kofi Annan, valoró los logros de Chissano por restaurar la paz y por lograr la reconciliación y la estabilidad democrática en Mozambique. También fue reconocida su retirada del poder sin optar al tercer mandato que la Constitución le permitía. La Fundación Mo Ibrahim también publica, en colaboración con la Universidad de Harvard, el índice Ibrahim de Calidad de Gobierno en África, un ranking que valora la calidad de los Gobiernos de 48 países del África Subsahariana.

Mo Ibrahim fundó Celtel, una de las principales compañías de telefonía móvil del continente. La vendió en 2005 por alrededor de 2.000 millones de euros y constituyó la fundación que lleva su nombre con la aspiración de ayudar a aliviar el perenne problema del mal gobierno en África. El Premio de Mo Ibrahim es uno de los últimos ejemplos de una interesante corriente del mundo de la filantropía: contribuir a promover el cambio con la concesión de premios. Aunque no es nueva -el cronómetro fue inventado en el siglo XVIII al amparo de un premio del Gobierno inglés- la idea de que los premios pueden ser utilizados para resolver problemas sociales o científicos vive una edad dorada.

En 2004, la X Prize Foundation (www.xprize.org) otorgaba su premio de 10 millones de dólares al primer vuelo espacial privado. En 2007 anunciaba otro, del mismo importe, para aquel equipo que sea capaz de secuenciar 100 genomas humanos en 10 días. Recientemente, la misma fundación anunciaba la dotación de 200 millones de dólares para nuevos premios en áreas relacionadas con la medicina, la educación o la energía. Por su parte, Richard Branson, emprendedor británico, anunciaba hace unos meses el Virgin Earth Challenge (www.virginearth.com): 25 millones de dólares para quien idee un método, comercial y ambientalmente viable, para retirar de la atmósfera los gases causantes del efecto invernadero.

Habrá quien piense, con razón, que el premio de Mo Ibrahim es minúsculo si lo comparamos con la envergadura de los problemas que asuelan África. Y calderilla comparado con las recompensas de la corrupción. Baste recordar que los 30 años de cleptocracia de Mobutu Sese Seko en Zaire le reportaron, según algunas fuentes, 5.000 millones de dólares.

Sin embargo, alguien decía que el sistema funciona cuando la virtud es recompensada, y no cuando la virtud en sí misma es la única recompensa. El trabajo de Mo Ibrahim constituye una innovadora manera de estimular la mejora de los Gobiernos y de fomentar la honestidad de los gobernantes en un continente que necesita de dichos estímulos. Esperemos que cumplan la función con la que fueron creados y que creen ejemplo para otros.

Ramón Pueyo. Economista del Área de Global Sustainability Services de KPMG

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