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Tribuna
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Agentes del cambio

Grandes compañías de todo el mundo cuentan con programas específicos para contribuir al desarrollo de los países más desfavorecidos, pero, según el autor, también pueden encontrar formas de colaborar con el desarrollo social en el resto del mundo

Como cualquier agente de la sociedad, desde el ciudadano individual hasta el propio Estado, las empresas también tienen la obligación moral de contribuir al bienestar de la sociedad en la medida de sus posibilidades. Hablamos de contribuciones económicas, por supuesto, pero también de fundaciones de promoción de arte, de becas para la educación, de programas de investigación en colaboración con el Gobierno…

La incorporación de todos los pueblos a la sociedad de la información se ha convertido en una necesidad para su desarrollo intelectual y económico. El acceso a los ordenadores, a internet, el uso del teléfono móvil, la formación en nuevas tecnologías en definitiva, son parámetros que hoy distinguen a un país del primer mundo de otro en vías de desarrollo.

En este aspecto, las empresas del sector tecnológico son agentes privilegiados para contribuir al desarrollo de estas sociedades, ofreciendo su producto de manera desinteresada o a un coste de acuerdo con sus posibilidades. Los ordenadores a 100 dólares del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), destinados a países con pocos recursos o zonas pobres de países ricos, son un gran ejemplo de ello.

Y no se trata sólo de una labor altruista y solidaria. El parque de ordenadores en todo el mundo está creciendo a pasos agigantados; se espera que pasemos de los 670 millones de usuarios de PC de hoy día a unos 1.000 millones para el año 2010. Eso sí, la mayoría de esos nuevos usuarios se encontrará en países emergentes de gran potencial de consumo e inversión, como China o la India. Eso quiere decir que las compañías tecnológicas deberán adaptar su producción a esos mercados o perderán su oportunidad de hacerse un hueco en ellos. Así, el ordenador de bajo coste no será ya una mera propuesta filantrópica de Negroponte sino una necesidad para las compañías, que a su vez estarán contribuyendo a digitalizar el panorama mundial.

Vender más barato sólo podrá ser compensado en la cuenta de resultados de las grandes compañías mediante el propio traslado de sus fábricas o sus centros de investigación a estos países, donde también los costes de producción son mucho más bajos.

Una vez más, el cambio social en estos países, con la llegada de las grandes empresas, resultará patente: más formación, más estabilidad económica, más recursos. Ahora el problema es, ¿creará esto un problema económico (y social, a causa del desempleo masivo) en los países desarrollados por el cierre y traslado de esos centros de producción? æpermil;ste será el siguiente escollo, con el que ya se están encontrando las empresas textiles y de automoción, y que está también afectando a las tecnológicas.

Grandes compañías de todo el mundo cuentan desde hace años con programas específicos para contribuir al desarrollo de aquellos países más desfavorecidos, pero también se pueden encontrar formas de contribuir al desarrollo social en el resto del mundo. Por ejemplo a través de la educación, facilitando recursos para el acceso a las nuevas tecnologías en colegios, o becas de estudio para los alumnos más brillantes, o para los propios profesores… de manera que la sociedad avance en la reducción de la brecha digital.

Y es que se trata de ayudar, pero también de no entorpecer. Observar unas prácticas empresariales justas, no contaminantes y equitativas para los empleados, sería también una contribución al desarrollo. El hecho de que una empresa internacional se establezca en un país en desarrollo puede y debe suponer un impulso a su economía: más empleo, más oportunidades para evitar la emigración masiva, más formación… y no explotación de las personas y de los recursos.

Consecuencias tan graves como la destrucción del medio ambiente, la puesta en peligro de la salud de los trabajadores o la creación y aumento de las diferencias entre ricos y pobres son algunas de las consecuencias que pueden traer las malas prácticas y la falta de limitaciones en las regulaciones empresariales.

Al final, con todo esto, no estamos hablando más que de Responsabilidad Social Corporativa (RSC), un concepto que ha dejado de ser una teoría para convertirse en una obligación para las empresas de hoy.

Francisco Valverde, Director general de Estrategia de Atos Origin

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