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Tribuna
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¿Hacia la fusión de los reguladores?

Recientemente se han podido leer en prensa referencias a un debate que, como el Guadiana, reaparece de tanto en tanto: la reordenación del sistema español de supervisión financiera.

Nuestro sistema de regulación asigna competencias a diferentes órganos en función de los supervisados, es decir, dependiendo de si estamos ante un banco, una sociedad de valores o una empresa aseguradora, el supervisor prudencial será el Banco de España, la CNMV o la Dirección General de Seguros, respectivamente.

Este sistema sectorial (adornado, además, con la rara avis de las competencias en materia de contabilidad), de hondas raíces históricas, se adapta mal a una realidad de grupos con tendencia a la prestación de servicios financieros universales y va siendo abandonado en casi toda Europa. Ahora bien, que nuestro sistema no sea habitual allende nuestras fronteras no quiere decir que el panorama de los demás sea homogéneo. Sistemas hay muchos, todos con sus ventajas e inconvenientes.

Los expertos en regulación financiera distinguen la regulación de solvencia, o prudencial, de la de comportamiento, o de mercados. En una imagen gráfica, mientras que la primera se ocupa de cuáles son las condiciones que los jugadores han de cumplir para poder acceder al juego, la segunda tiene que ver con el juego mismo. Así, el capital mínimo que, por ejemplo, debe tener una sociedad de valores o la determinación de qué aptitud profesional deben tener sus directores es cosa que tiene que ver con la regulación prudencial, mientras que la determinación, pongamos por caso, de qué hechos deben comunicarse al mercado por ser relevantes es cuestión de comportamiento. Por supuesto, a menudo la línea no es tan nítida.

A partir de estas ideas, pueden, más o menos, clasificarse los modelos supervisores. Un modelo como el nuestro amalgamaría -parcialmente- solvencia y comportamiento asignándolos a un único supervisor por clase de institución. Un modelo como el británico asigna toda la regulación -solvencia y comportamiento de todos los operadores- a una única autoridad. En Francia, por ejemplo, la solvencia de los bancos y las empresas de servicios de inversión está asignada a un regulador único, de la supervisión de los mercados de valores (es decir, de la conducta de los partícipes) se encarga otro, en tanto que el sector seguros, en su integridad -solvencia y comportamiento- está a cargo de un tercero.

Un modelo que recibe bastantes elogios es el denominado twin peaks, o de dos reguladores, uno de ellos a cargo de la solvencia, íntegramente -incluidos seguros- y otro de comportamiento en todos los mercados, especialmente los de valores. Es el modelo vigente en Holanda -donde el supervisor de solvencia de todos los intermediarios es, además, el Banco Central- y parece que tiene buen cartel entre nosotros.

Como hemos comentado, no existe un modelo regulatorio óptimo. Sí parece haber, no obstante, en el plano teórico, cierto fundamento en separar misiones que pueden resultar difíciles de compatibilizar, como la de hacer que los intermediarios financieros sean lo más solventes posible manteniendo al tiempo la mayor transparencia posible. Pero difícil no quiere decir imposible, y el modelo sectorial tiene la ventaja de que cada regulador conoce bien su pequeño mundo. Conviene no desdeñar, en todo caso, la experiencia motejándola de inercia, y tener siempre en mente el dicho inglés de que si algo no está estropeado, es mejor no arreglarlo.

Sin duda, es posible encontrar en el sistema español de supervisión financiera elementos mejorables, e incluso verdaderas fallas. Y, sí, hay que admitir que algunas cosas pueden requerir acciones correctoras urgentes. Pero debe hacerse intentando no dilapidar en ningún caso cierto capital, que también existe, empezando, sin duda, por el prestigio técnico del Banco de España. Cualquier solución debería pasar por aprovechar al máximo la experiencia de nuestro bicentenario banco central. En primer lugar, porque cuenta con prestigio y solvencia técnica y, en segundo lugar, porque un análisis realista de nuestro sistema financiero implica reconocer que, por lo que hace a los intermediarios, las entidades bancarias son, con mucho, los más relevantes.

Ahora bien, en esto, como en todo, no cabe atribuir a las estructuras técnicas poderes taumatúrgicos de los que carecen. A menudo, por supuesto, la calidad del sistema supervisor no es más que el reflejo de la calidad del marco institucional en su conjunto, sin que ello conlleve negar que reguladores, como todo, los hay mejores y peores. Sin duda, un mandato claro y, a ser posible, libre de contradicciones es un buen comienzo. La voluntad firme de dejar trabajar, también.

Fernando Mínguez. Asociado de Cuatrecasas

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