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Tribuna
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Qué camino seguirá la política económica francesa

El director del 'think tank' Bruegel se pregunta por la futura política económica del presidente francés. Nicolas Sarkozy quiere ser percibido como el dirigente del cambio. El autor cree que centrará sus reformas en lo laboral y las rebajas fiscales, pero que el ajuste presupuestario será una prioridad de segundo orden

Desde que Nicolas Sarkozy ganó las elecciones presidenciales francesas hace ahora un mes, Europa se pregunta cuáles serán sus políticas. Mario Monti, el ex comisario, le ha definido como 'liberal-colbertista'.

Esta combinación quedó de manifiesto en la campaña. Tras haber empezado con un programa clásico de liberalización, a medida que avanzaba la competición Sarkozy se pasó a una postura más ambigua. En Europa se tomó nota sobre todo de sus ataques contra la política del Banco Central Europeo (BCE), su énfasis en la política industrial y su llamamiento a una política comercial más proteccionista. Y, aunque ha suavizado el tono con el BCE, en su primer discurso como presidente electo ya optó por pedir a los socios europeos de Francia que escucharan 'la voz de los pueblos que quieren ser protegidos', y dos días después de la investidura protagonizó una espectacular escapada a Toulouse para debatir el futuro de Airbus. El mensaje está más claro que el agua: no esperen que sea ortodoxo. Por tanto, ¿qué hará?

Lo primero que cabe señalar es que ha ganado un mandato para la reforma. A pesar de que era una especie de titular del cargo, los sondeos de opinión indican inequívocamente que una gran mayoría le identificaba más con el cambio que a su rival socialista. No cabe duda de que Nicolas Sarkozy ha aprendido las lecciones de los reformistas de éxito: el poder no basta; también se necesita el capital político cosechado en una campaña a base de explicar en detalle tu filosofía y tus prioridades. Sarkozy tiene ambas cosas.

El mensaje está más claro que el agua: no esperen que sea ortodoxo

En el frente nacional es probable que las prioridades sean el mercado laboral, las rebajas fiscales y la reestructuración del gasto público. Como no quiere descartar la semana laboral de 35 horas, Sarkozy pretende introducir unos incentivos fiscales por trabajar más horas (a expensas de generar una distorsión significativa a favor de las horas extra). Su deseo es deshacerse de la dualidad entre los contratos permanentes y temporales (una medida que defienden numerosos economistas) y fusionar organismos dedicados a los seguros de desempleo y a la colocación laboral (una propuesta bastante clara). Ha prometido rebajar, cuando no abolir, los impuestos patrimoniales y sucesorios (una iniciativa cuestionable por razones de igualdad). Y pretende reducir el número de empleados públicos sustituyendo sólo a uno de cada dos funcionarios que se jubilen.

¿Estarán las reformas del mercado laboral equiparadas por una liberalización del mercado financiero y de productos? Para que tengan un efecto rápido en el desempleo, esto sería necesario. Sin embargo, Sarkozy parece tener un razonamiento distinto. Ha manifestado claramente sus reservas respecto a una mayor liberalización externa y se ha mostrado más bien taciturno sobre sus intenciones en el ámbito nacional. ¿Significa esto que combinará una política liberal del mercado laboral pero protegerá a los beneficiarios en los mercados de productos y de capital? Todavía está por ver.

Pese a defender de boquilla la reducción de la deuda, el ajuste fiscal será una prioridad de segundo orden. En primer lugar, Sarkozy ha incurrido en numerosos compromisos de reducción de gastos y de impuestos. En segundo lugar, sabe que ciertas reformas tienen más posibilidades de éxito con un respaldo presupuestario. Por último, puede que utilice estratégicamente el déficit para justificar un recorte de los gastos. Y, en un momento en que los ministros de la zona euro se han comprometido a equilibrar los presupuestos de cara a 2010, es improbable que Francia pueda cumplir con el calendario. Por el contrario, es posible que plantee a los socios una pregunta incómoda: ¿quieren reformas o cambios fiscales?

¿Generará esta postura oportunidades para la controversia en Europa? Los socios de Francia podrían sentir la tentación de decir que esto ya lo han visto antes y que Sarkozy se inclinará por un término medio. Es cierto que seguramente comprenderá la solidez del compromiso de sus socios con la disciplina presupuestaria y una política comercial abierta. No obstante, desde un punto de vista nacional, no puede permitirse ni mucho menos pretender que adopta la ortodoxia de Bruselas y Fráncfort.

En un país en el que un 55% de los votantes rechazaron la Constitución de la UE por motivos económicos y más de un 70% percibe la globalización como una amenaza, sería una receta segura para perder apoyos. Cuanto más reforme Sarkozy, más necesitará desvincularse de la ortodoxia europea. Será una jugada difícil.

Jean Pisani-Ferry. Director de Bruegel

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