Iberia se vende, no se regala
El proceso de renovación del núcleo de accionistas de referencia de Iberia ha cerrado su capítulo preliminar con la conformación de un grupo, capitaneado por TPG, dispuesto a realizar una oferta de compra y con una primera toma de posición significativa del consejo de la aerolínea aplazando algunos días la decisión de abrir sus libros.
Estos primeros compases de un asunto cuya resolución parece que va para muy largo han estado dominados por una gran confusión. Muchos observadores no han entendido cómo una aerolínea privatizada hace menos de 10 años, con una posición estratégica sólida y una trayectoria con 11 años de números negros, ha sido puesta en el mercado sin garantías de que su venta despierte unas mínimas expectativas en forma de ofertas solventes.
Durante los dos meses que se ha demorado la cristalización de la primera oferta, hemos asistido a un espectáculo en el que la marca Iberia no ha hecho sino depreciarse a fuerza de movimientos corporativos y declaraciones cuyo único objetivo ha sido rebajar su proyección y su valor. Especialmente lacerante ha sido la actitud de British Airways, la compañía que durante la última década ha aparecido como primer accionista y socio industrial de Iberia. Su actuación ha sido desconcertante. Ha mantenido primero una posición vendedora, para después entrar a formar parte de un consorcio comprador con la advertencia de que no invertirá un sólo duro en la operación.
Tras la aprobación del acuerdo de cielos abiertos entre los Gobiernos de EE UU y UE, la enajenación de Iberia fue justificada como una manera de incluir a la aerolínea española en un proceso acelerado de concentración en el marco de la globalización, que se considera inevitable. Sólo en esta perspectiva de la incorporación de Iberia a un proyecto fuerte e internacional es comprensible la venta de una empresa que juega un papel crucial en los negocios del transporte aéreo y del turismo en España. Su venta a precio de saldo es, desde cualquier punto de vista, inaceptable.