Gestión de lo imperfecto
Javier Fernández Aguado analiza cómo los altos ejecutivos han de perseguir la perfección, a partir de la premisa de que no hay nada perfecto. Pero se trata de una tarea diaria que no debe caer en el olvido
Construir sistemas perfectos para ser empleados por personas imperfectas! Así resumía un ingeniero su objetivo durante una jornada en la que empleábamos el sistema de diagnóstico organizativo que hace ahora seis años comencé a aplicar bajo la denominación gestión de lo imperfecto. Tras escuchar hablar de múltiples sistemas de calidad total, a la vez que muchos directivos y empleados no hacían sino quejarse de la dificultad de alcanzar los objetivos precisos, fui diseñando un modo sencillo y claro de detectar las reales imperfecciones de una organización. El nombre surgió del propio objetivo del modelo: detectar aquello que no funciona y procurar poner los medios para que, en todos los ámbitos posibles, se respondiese a los deseos de mejora que casi todo el mundo lleva dentro. Realizar un diagnóstico no significa agravar las dificultades, sino más bien posicionarse de forma adecuada para establecer medios correctos de solución. Los cinco ámbitos en los que suelen presentarse más obstáculos son los siguientes: el entorno en el que nos movemos, la estructura de la organización, el modo en que trabajan los colaboradores, la manera en que nosotros mismos lo hacemos, y la información que circula y los modos en los que lo hace.
Un problema, cuando no puede dejar de ser un problema, ya no lo es, porque se ha convertido en un hecho. Pelearse con las evidencias es un triste modo de malgastar tiempo y energía. Resulta más efectivo detallar aquellos aspectos de la organización, de la gente que en ella trabaja, y de uno mismo que no pueden ser transformados, y procurar pactar con ellos. Quien se empeña en golpear un muro de hormigón sólo incrementa el número de chichones. En vez de derrochar bríos en lo inmodificable, deberíamos centrar nuestro objetivo en transformar aquellas realidades en las que nuestra actividad puede ser realmente eficaz. Distinguir entre lo resoluble y lo irresoluble no es una actividad meramente académica, sino la única actitud correcta del sabio.
Sin embargo, salvo los niños y los locos, nadie se empeña en transformarlo todo y enseguida. Es precisa una planificada reflexión para priorizar aquellos hechos sobre los que debemos actuar. La mayor parte de las personas son incapaces de dejar de fumar, adelgazar y mejorar en su carácter al mismo tiempo. Sucede más bien que cuando uno abandona el tabaco, echa algún kilo de más, y ha de rogar a las personas con las que convive que procuren incrementar un tanto su paciencia. De igual modo, cuando aspiramos a modificar una organización, hemos de diseñar los modos estratégicos de esa evolución antes de ponernos manos a la obra. Mala cosa es profetizar modificaciones para luego no hacer nada. La pérdida de credibilidad es un daño relevante. Si deseamos implicar a la gente deben ver en nosotros compromiso, y mucho más profundo, pues el directivo que no avanza en la misma dirección acaba por tornarse en hazmerreír de todos.
Gestionar lo imperfecto es, en realidad, lo único que podemos hacer. Sencillamente porque no existe lo perfecto. Quien se enfade por la presencia de dificultades en su actividad diaria se irá convirtiendo paulatinamente en lo que he venido a denominar un amargator. Es decir, alguien que sólo sabe presentar los impedimentos, rumiando afanosamente sobre ellos. Muchas veces, no es por falta de inteligencia, sino por pereza. Resulta más cómodo poner palos en la rueda de una bicicleta que pedalear. Si el superior no es suficientemente avispado puede entretenerse en detalles que no deberían hacerle perder un solo minuto. Eso es, precisamente, lo que busca el amargator, de forma explícita o implícita. Centrarse en la propia área de influencia es muestra de inteligencia, y de control de fantasías insustanciales. Profesional quijotescos que arreglan de boquilla todo lo que no es de su incumbencia, pero no son capaces de poner orden en sus propias filas, dañan más que ayudan. El scanner en que consiste gestión de lo imperfecto se propone, en pocas horas, diseñar un plan de acción concreta, tan lejano del pesimismo como de imaginaciones vanas. Entre otros motivos, porque el realismo siempre es optimista. Al menos, cuando se adopta la perspectiva correcta para contemplar cada problema desde su justo ángulo. Como a muchos nos gusta repetir: en la vida no hay obstáculos, sino ocasiones de mejora.
Entre los cinco niveles de imperfección, el último, el correspondiente a la información que circula en las organizaciones no es el menos importante. Por el contrario, ese flujo de noticias, cuando no es bien regulado, se transforma en un significativo inconveniente. Por eso, aprender a controlar y manejar adecuadamente la información es uno de los grandes retos del líder.
La extensión de una rumorología no controlada sólo puede tener un efecto dañino. Aunque, cuando una organización señala como máximo problema el de la gestión de la información, es que su salud no es mala. Cuando una organización tiene enfermedades de mayor entidad, la información es la menor de ellas. Sin embargo, una información mal gestionada puede incrementar morbos que previamente estaban acotados. Gestionar lo imperfecto no es, en fin, una opción graciosa, sino lo único que podemos hacer en nuestro trabajo diario.
Javier Fernández Aguado. Socio director de MindValue