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Tribuna
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Después le explico

Con la elección de Julio Segura como nuevo presidente de la CNMV, el Gobierno ha perdido una magnífica oportunidad para dar ejemplo en su defensa de la paridad entre hombres y mujeres, según la autora, que denuncia las contradicciones del Ejecutivo en la aplicación de su 'mal llamada' política de igualdad

El 8 de marzo del año pasado, una fecha señalada en el calendario reivindicativo femenino, se hizo público el nombramiento de Miguel Ángel Fernández Ordóñez como gobernador del Banco de España. Por aquel entonces la Ley de Igualdad estaba todavía en discusión, pero el compromiso gubernamental con la paridad entre los sexos era ya público y notorio. A pesar de ello, ni las más conspicuas mujeres socialistas contestaron la designación ni protestaron por el continuismo de género.

Aquella fue una gran ocasión perdida por el feminismo monclovita para practicar con el ejemplo, porque si hay un sector del poder político que a las mujeres se les resiste es precisamente el de la economía, y nadie ha sabido explicar todavía por qué. Solamente un 5% de todos los ministerios económicos censados en el mundo están dirigidos por una mujer, cuando la economía es precisamente una de las profesiones más paritarias, tanto en el número de alumnos en las facultades como en el de profesionales en ejercicio.

Ahora que la Ley de Igualdad ha sido ya aprobada y que las empresas se ven conminadas a tener en cuenta el sexo de los candidatos en el nombramiento de sus consejeros, se produce el relevo en la Comisión Nacional del Mercado de Valores y de nuevo el Gobierno ha sido incapaz de encontrar, entre todas las mujeres con experiencia y cualificación en el mundo económico, una con méritos equiparables a los de Julio Segura. Y eso a pesar de que la ley recoge en dos artículos, el 16 y el 52, que el Gobierno tendrá en cuenta el principio de presencia equilibrada de mujeres y hombres en el nombramiento de los titulares de órganos directivos. Dos órganos, dos nombramientos, tocaban al 50%.

El caso de la CNMV es todavía más sangrante porque la propia Comisión introdujo el género entre los criterios de buen gobierno en el Código que aprobó en mayo de 2006. En él se dice que la comisión de nombramientos deberá velar para que, al proveerse una vacante, los procedimientos de selección no adolezcan de 'sesgos implícitos' que obstaculicen el nombramiento de mujeres. Como el procedimiento de selección del presidente se limita a lo que tenga a bien la discrecionalidad gubernamental, no queda otra alternativa que pensar que éste tiene el sesgo de género bien anclado, lo que vendría a justificar la encarnizada defensa de las cuotas femeninas por parte de las mujeres socialistas.

Es cierto que el Código se aplica a las empresas y no al regulador, pero no es sano que quien tiene la potestad de decirles a los demás cómo deben comportarse se imponga a sí mismo criterios más laxos.

Además de la inquietud que provoca la falta de coherencia de quien gobierna a la hora de someterse a los principios que defiende, este asunto tiene dos molestas consecuencias. La primera para las mujeres profesionales, que están padeciendo una oleada de paternalismo que las presenta como víctimas de tremendas discriminaciones que la buena voluntad del Gobierno va a hacer desaparecer, mientras que cuando éste podría, al ejercer su legítima potestad de nombrar a un alto cargo, demostrar que realmente hay candidatas competitivas, al parecer no las encuentra, dejando a esas mujeres a las que pretende proteger en una situación como mínimo incómoda.

Y la segunda para la transparencia, que es uno de los requisitos del buen gobierno de cualquier institución, pública o privada. Porque mientras que las empresas que apliquen el Código de la CNMV tendrán que explicar, cuando no tengan mujeres, o tengan 'un escaso número' de ellas en sus consejos de administración, los motivos de esa situación y las iniciativas que adopten para corregirla, el Gobierno no está sujeto al mismo deber de claridad.

La polémica dimisión de Manuel Conthe y la politización que está acompañando al nombramiento de su sucesor auguran que el sexo del futuro presidente y las contradicciones del Gobierno en la aplicación de su mal llamada política de igualdad no van a ser el tema estrella del debate. Pero en política hay cosas que no tienen marcha atrás, y cuando al fin el Ejecutivo tenga a bien designar a una mujer para un puesto económico de relieve alguien se acordará del título del cuento de Augusto Monterroso: 'Tú dile a Sarabia que digo yo que la nombre y que la comisiones aquí o en donde quiera, que después le explico', y a la que le toque tomará posesión de su cargo con el estigma de mujer coartada. Y si pueden, que lo expliquen.

Elena Carantoña. Socia de Management Between 2

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