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La opinión del experto

La mala calidad de los libros de gestión

Matías Rodríguez analiza y critica, con la excusa de que el próximo lunes se celebra el Día del Libro, la gran proliferación de obras sobre estilos de dirección que aparecen. Se trata, dice, de una disciplina seria

Como cada 23 de abril, se celebra el Día Internacional del Libro. La fecha no es aleatoria, nos recuerda que el 23 de abril de 1616 fallecieron dos grandes escritores de la literatura universal: Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Es, además, el día escogido para la entrega del Premio Cervantes, el máximo reconocimiento a la labor creadora de escritores españoles e hispanoamericanos cuya obra haya contribuido a enriquecer el patrimonio literario en lengua española. Tal distinción ha recaído este año en el poeta asturiano Antonio Gamoneda, un galardón del que ha sido merecedor por ser 'un raro ejemplo de verdad y coherencia poética'.

Pero no todo son celebraciones. En este comienzo de siglo estamos siendo testigos de una preocupante vulgarización intelectual, especialmente en lo que a literatura de gestión y de estilo de dirección management se refiere. La ciencia y el arte del management vivió, a finales del siglo XX, una época plena de creatividad. Fruto del trabajo de diferentes autores, se fueron sucediendo distintas corrientes de pensamiento, algunas contradictorias, la mayoría complementarias, que calaron en una clase directiva ávida de modelos más o menos científicos que facilitaran su trabajo diario. Fue la época de los Peters, Drucker o Trout.

El filme María Antonieta, estrenado a principios de año, se ha revelado como un perfecto ejemplo del paradigma predominante. En el largometraje de Sofía Coppola, la trágica vida de la joven reina sirve únicamente como pretexto para mostrarnos la ostentación, el lujo y el desenfreno de la decadente corte de Versalles. Un ejercicio de virtuosismo formal que tiene mucho en común con los títulos de management que copan los rankings de ventas. Una literatura ideada para ser vendida en aeropuertos y Vips, fuegos de artificio escritos con mayor o menor calidad literaria, pero que no aportan nada nuevo al lector.

Preguntado por su quehacer diario en la sede de la Naciones Unidas, el diplomático Inocencio Arias respondía con ironía que en ese foro uno puede decir cuanto le plazca, siempre que incluya en su intervención los conceptos de 'equilibrio de poderes', 'multilateralismo' y 'mantenimiento de la paz'. Ocurre exactamente lo mismo en el mundo del management: ¿cuántos libros conocen cuyo título incluye las palabras equipo, liderazgo o talento? Un paseo por las librerías resulta a veces descorazonador.

Pero estos falsos gurús no son los únicos culpables. El management es una disciplina seria, y todos (escritores, editores, lectores) somos, en cierta medida, responsables de su crisis actual. ¿Por qué? Porque entre todos hemos acabado por convertir el pensamiento en un producto más, sujeto a la presión de los resultados empresariales. Se lanzan productos continuamente con el objetivo de empujar las ventas, aumentar el consumo, reduciendo de esta forma sus ciclos de producción y sustituyéndolos rápidamente por otros nuevos.

Es la cosecha actual nuestra siembra del mañana. Recordemos las palabras de Gamoneda: 'La ciudad no está limpia, pero en los ejidos hay irritación y el cornezuelo y el centeno cohabitan y crece un alimento que será comido por nuestros hijos' (en su Descripción de la mentira). El pensamiento no puede funcionar así. Un pensador debería darse con un canto en los dientes si llega a una gran idea rupturista. De Maquiavelo sólo recordamos una obra; de Adam Smith, dos; de Kant, otras dos, y así un largo etcétera. Dos grandes ideas transforman a un pensador en una referencia histórica. No es una cuestión de número de libros, es una cuestión de calidad.

Por fortuna, siguen apareciendo pensadores dispuestos a generar conceptos novedosos y rupturistas. Entre todas las propuestas, éstas son las que nos parecen más interesantes. En primer lugar, apostar por contenidos multidisciplinares. Relacionando, por ejemplo, capital humano con resultados económicos. Llevar a cabo estudios analíticos, como Jim Collins en su Good to Great, basados en la comparativa en el tiempo o bien con un núcleo de empresas o personas. Supone una metodología científica que no abunda y que tiene mucho recorrido. El típico caso de estudio no es tan útil como un enfoque analítico-estadístico de experiencias vitales pasadas.

Pronosticar tendencias. El liderazgo se concibe siempre de modo absoluto porque las recetas que dan son atemporales. Debería nacer una nueva disciplina, el micromanagement, frente al macro. Así, se podrían ligar los estudios de estilo de dirección a tendencias sociológicas o políticas. Sirva como aproximación de otro sector el libro Mileuristas, de Espido Freire. En todas ellas ha habido aproximaciones, pero animamos a los creadores a que sigan profundizando en esa línea.

Innovar exige generar nuevas ideas sobre campos que ya han pisado (y pisoteado) miles de pensadores previos, desde los filósofos griegos hasta las religiones orientales. No hay un alumbramiento divino por mera experiencia, requiere de dos pasos previos (primero, recopilar series de datos, y segundo, analizar datos para hacer prognosis), además de todo el bagaje de la experiencia. Si encima son capaces de dotarlo de un formato original e impactante, les felicitamos: habrán creado una obra maestra. Aunque no olviden que la forma complementa al fondo, e incluso lo potencia, pero en ningún caso lo sustituye.

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