El inevitable pacto con Rusia

Las relaciones económicas entre la Unión Europea y Rusia no atraviesan el mejor momento. A la crisis energética del invierno pasado motivada por los cambios en Ucrania se unen las trabas que, a juicio de Moscú, se ponen a la entrada del gigante energético Gazprom en el Viejo Continente o la utilización política de Severstal que en la pelea del acero ha hecho Arcelor. Pero las necesidades de las dos zonas obligan a una recomposición sólida de las relaciones. En esa línea debe entenderse la propuesta que ayer hizo la Comisión Europea para convertir el simple acuerdo comercial que ahora liga a Rusia con Europa en una zona de libre comercio.

La proyección política y económica que Vladimir Putin busca para Rusia pasa necesariamente por su integración en la Organización Mundial del Comercio, a cuyas puertas llama constantemente, y que únicamente puede resolver con el respaldo de la masa crítica que suponen los 25 miembros de la Unión Europea. Bruselas está dispuesta a poner su apoyo en la mesa, pero en ningún caso de forma gratuita. La moneda de cambio es el acceso de las empresas energéticas europeas al mercado ruso y garantizar el suministro gasístico para los 25 y sus potentes economías industriales. Este enlace energético ahora está pendiente de un endeble mecanismo de intercambio, muchas veces sujeto a las decisiones arbitrarias del líder ruso o de los gestores empresariales, no siempre respetuosas con los criterios del mercado.

La intención última europea, no confesada por Barroso, apunta en esa dirección. De momento todo quedará en un intento de ampliar la relación económica que caduca en diciembre de 2007 para sustituirlo por un Tratado de Libre Comercio de vastos contenidos que, entre otras cuestiones, contendría la garantía de suministro energético que para el largo plazo Europa tiene en el aire. En todo caso, este salto cualitativo en la relación económica está planteado desde 2003 y ninguna de las partes ha hecho nada por ponerlo en marcha. Ahora es el momento.