Todo es posible, adiós a los límites
En el mismo tiempo, lugar y circunstancias se pueden encontrar negocios equivalentes, incluso idénticos, es decir, pertenecientes al mismo sector, utilizando los mismos recursos, las mismas tecnologías y dirigiéndose a los mismos clientes, cuya capacidad para crecer y expandirse en la captación de cuotas de mercado sigue ritmos claramente diferenciados. Al cabo del tiempo, uno sigue siendo una actividad de carácter local, a lo sumo comarcal, mientras que el otro ha traspasado las fronteras y se encuentra plenamente implantado en los mercados internacionales. Siempre, cualquiera que sea el comportamiento general de la economía, se producen comportamientos discordantes, recurriendo los que no prosperan al tópico de la atonía de la economía, sin caer en la cuenta de que su vecino continúa desarrollándose como si para él apenas contara lo que ocurre en el entorno.
Sin querer afirmar que resulte irrelevante la coyuntura económica, lo que no sería cierto, se pretende remarcar el hecho de que las empresas no se comportan del mismo modo en circunstancias idénticas y que, por lo tanto, no conviene mirar demasiado hacia fuera para explicar lo que ocurre, tendencia demasiado generalizada, y que resulta mucho más explicativo y convincente mirar hacia el interior para entender los mecanismos responsables de recorridos claramente divergentes. El análisis interno nos conduce siempre hacia el modo de actuar de los más altos directivos, ya que en ellos radica la razón última de los comportamiento dispares, destaquen éstos por orientar los negocios hacia desarrollos en los que todo parece posible o se practiquen enfoques limitadores que determinan el futuro restrictivo de la actividad.
Toda persona, también todo grupo, se plantea unos límites más allá de los cuales parece ilícito incluso el pensar. Esa conciencia del límite tiene un soporte cultural que con frecuencia se acepta sin el más mínimo análisis, porque todos los que nos rodean, familia, amigos, compañeros, colaboradores, observadores cercanos, han concluido, sin siquiera preguntarnos, cuál es el alcance máximo de nuestra proyección futura y, en consecuencia, de las cosas que hagamos. Si a alguien se le otorga la dirección de un proyecto de tamaño tres, se espera, incluso los que deciden conceder tal responsabilidad, que en un plazo prudente se duplique su tamaño, por lo que si se tantea la posibilidad de multiplicar la dimensión por diez, cundirá la sorpresa, el escepticismo, la incomprensión, cuando no la preocupación por la salud mental del osado que plantea tal locura. Se han desbordado los límites, por lo que los consejos para aplicar la cordura, la prudencia, el sentido de la realidad, se multiplican hasta hacer difícil el mantenimiento de la propuesta original. Los límites, que tienen un papel tan determinante en la proyección de los negocios, no son, la mayoría de las veces, barreras reales cuyo salto resulte imposible, sino más bien construcciones ideológicas mediante las cuales reducimos artificialmente el campo de actuación. Si el límite lo colocamos demasiado cerca puede parecer infranqueable, comprobable si nos alejamos o lo desplazamos hacia un horizonte más lejano.
Los límites, construcciones que los directivos elaboran en el diseño o en la gestión de un proyecto, se edifican con materiales muy diversos, tales como creencias, miedos temores, pasiones, compromisos, ambiciones, afán de logro, voluntad, pánico o pasión por el cambio, y, claro está, el tamaño que finalmente alcance el límite dependerá de la cantidad de cada elemento utilizada en su construcción.
Cuando las autolimitaciones construidas por los directivos están sobrecargadas de prudencia y no dejan resquicios para el riesgo, se instala una cultura defensiva en la que toda propuesta se resuelve por el expeditivo método de que no es posible, que se aleja de nuestras posibilidades reales, que carecemos de los medios adecuados y que lo que tenemos que hacer es seguir creciendo modesta pero regularmente, con fórmulas que provoquen escasas incertidumbres.
Por suerte los límites pueden derribarse, o reconstruirse, colocándolos tan lejos en el espacio que apenas resulten visibles o que, en todo caso, dejen un amplio territorio libre para el desarrollo de un proyecto empresarial sin restricciones, lo que exige aprender a distinguir con claridad los obstáculos reales de aquellos otros que son fruto de nuestra imaginación, de nuestra cultura, de un cierto determinismo que otros han pensado para nosotros, o de haber admitido como partes de nuestro comportamiento excesivas dosis de temor, de falta de fe en nosotros mismos o, simplemente, de un exceso de prudencia.
Si en los límites se incluyen cantidades importantes de fe, voluntad, pasión, amor al cambio, la cultura se asentará en el 'por qué no' en lugar del anteriormente señalado 'no es posible', lo que impregnará a la organización en la creencia en su capacidad para abordar retos que seguramente la sociedad consideraba fuera de su alcance, otorgando a la vez a las personas que participan en el proyecto la ilusión que produce tomar parte en la construcción de algo que les permite superarse día tras día, personal y profesionalmente.
También los directivos, de quienes depende fundamentalmente romper barreras, traspasar límites, se sentirán mejor y serán más apreciados y valorados en la medida que descubran y rechacen construcciones culturales e ideológicas predeterminadas, sabiendo labrar sin restricciones su propio futuro y el de las empresas que dirigen. La voluntad es el elemento determinante, ya que como dice Américo Castro en relación a la gesta del descubrimiento de América, 'la voluntad mitiga los límites'.