Balance en la mitad del camino
El Gobierno atraviesa el ecuador de la legislatura envuelto en la expectante euforia política generada por la posibilidad cada vez más cierta del final de la lacra terrorista, con las dificultosas reformas territoriales encaminadas tras el órdago inconstitucional planteado por el Parlamento catalán y con la economía aflorando lo mejor de sí en materia de crecimiento y empleo. Ayer cumplió dos años el gabinete que preside José Luis Rodríguez Zapatero y las dudas suscitadas en su proyecto económico están definitivamente despejadas. Pero eso no garantiza un porvenir necesariamente tan brillante si no se corrigen con celeridad y decisión los desequilibrios acumulados en los últimos años, inflación y alarmante déficit exterior y corriente, que amenazan con ahogar el modelo español en el medio plazo.
La actitud del Gobierno en los dos últimos años resiste la comparación con los buenos jugadores de curling, ese curioso deporte nórdico practicado sobre superficies heladas, en el que los competidores se afanan hasta el estrés en pulir toda mácula de la superficie para que una pesa lanzada manualmente se deslice hasta alcanzar su objetivo. El Ejecutivo se encontró en 2004 con una economía en alza y ha dedicado todos sus esfuerzos a prolongar la inercia. De hecho, todos los analistas recalcan que las diferencias entre el modelo Rato y el modelo Solbes no son prácticamente apreciables.
No obstante, el mérito de Pedro Solbes merece un reconocimiento. Ha optado por mantener el rumbo, pero la economía que tomó tuvo que superar, y lo hizo con éxito notable, un triple shock que en otras épocas (sin euro, sin estabilidad financiera y sin internacionalización) la hubiesen tambaleado peligrosamente. La economía y la sociedad soportaron y encajaron el mayor atentado de la historia de España, un cambio inesperado en la Administración pública y un encarecimiento vertical desconocido del petróleo, que aún no ha culminado, sosteniendo la confianza en valores históricos.
Dos años después, y pese a que Zapatero ha imprimido a su gestión un sesgo más político que económico, en parte obligado por la aritmética parlamentaria, España tiene récord de empleo, crece el doble que sus socios comunitarios y las empresas españolas intensifican las operaciones de internacionalización. Esta progresión ha permitido también desplazar la gestión económica hacia una agenda más social, más socialista, sin dificultades de financiación, que han tapado los agujeros que el Estado de bienestar tenía todavía: dependencia, ley de igualdad y regularización de centenares de miles de inmigrantes y sus familias.
Cierto es que el Gobierno ha empleado la primera mitad de la legislatura en lo económicamente fácil. Incluso podría decirse que algunas de sus decisiones han agravado más los desequilibrios, puesto que han estimulado el consumo y la inversión en activos de poco recorrido productivo como los inmobiliarios. Por ello, no puede demorar más la plena liberalización de los mercados de bienes y servicios para controlar la inflación. No puede demorar más los incentivos a un cambio en el modelo de crecimiento que renueve el agotado mecanismo actual. Sólo así llegará al final de la legislatura con todas las variables económicas, las nominales y las reales, en estado saludable.