Del euro es buena hasta la conversación
La inflación en España es muy superior a la media de la zona euro. Las diferencias de precios son, a juicio del autor, algo normal en el seno de una unión monetaria. En este caso, para España la primera consecuencia es que abarata el tipo de interés real del dinero
Perdonando la manera de señalar, el euro es como un cerdo, del que se aprovecha todo y del que se disfruta hasta su conversación. Uno de esos aprovechamientos, en este caso haciendo uso de una de la partes menos nobles de animal, es el diferencial de inflación entre España y la media de la zona euro.
El problema de cómo diseñar una política monetaria única con ritmos inflacionistas diversos en los distintos países de una unión monetaria es bien conocido. Oficialmente, el Banco Central Europeo (BCE) establece el tipo de interés para mantener la estabilidad de precios en el conjunto de la zona euro, haciendo abstracción de las tasas de inflación nacionales. En la práctica, parece que existe una cierta ponderación subjetiva y no desvelada ni desvelable según la importancia relativa de los países conforme tengan un papel de locomotora (léase Alemania) o de vagón de cola en el tren de la economía y de su mejor o peor acontecer.
En tanto que el BCE reparta café para todos y Alemania siga siendo el líder econó-mico de la zona euro, el diferencial inflacionista español abaratará el tipo de interés real del dinero
Los diferenciales de inflación son algo común entre los territorios de todo país de ciertas dimensiones, o entre los países de una unión monetaria, como consecuencia de la fragmentación inevitable de los mercados de bienes y de los mercados de factores de producción. Este fenómeno, sin embargo, toma otra dimensión en la medida en que las barreras a la movilidad de los factores y al comercio transfronterizo aumentan y se agrava en la misma proporción en que no exista una política fiscal unificada. Todo ello termina por manifestarse como diferenciales de inflación entre ciertos países y la inflación media, diferenciales que se mantienen año tras año.
Las razones que habitualmente se expresan como explicativas de las diferencias se basan en la mayor o menor exposición al comercio exterior de cada país, en las condiciones de competencia en su sector servicios y en la evolución de sus salarios. El caso español hace buenas estas explicaciones, y añade alguna más. Los estudiosos del tema suelen señalar que las cláusulas de indiciación salarial provocan rigideces en los ajustes de los salarios para una parte de la población ocupada, que los precios de los bienes no comercializables internacionalmente son rígidos y que la presión de la demanda interna sobre los servicios y la vivienda explican en buena medida, y sin necesidad de buscar causas externas, el diferencial de la inflación nacional. A lo anterior se une la pobre evolución de la productividad y de las exportaciones, en parte consecuencia de la gran concentración de las iniciativas empresariales en el negocio inmobiliario, así como el aumento notable de las importaciones como consecuencia de la fuerte demanda interior.
Tanto la evolución de los precios en el mercado inmobiliario (y el abultado endeudamiento de la familias y cada vez más de las empresas), como los déficit de la balanza comercial inciden de manera creciente en la necesidad de financiación exterior de la economía española. Ambos fenómenos -precio de las viviendas y endeudamiento- son en gran medida consecuencia de un mismo factor, los bajos tipos de interés nominales del euro. En nuestro caso, y debido al diferencial de inflación con la media de la zona euro, eso se traduce en poder pagar nuestras deudas a tipos de interés en términos reales inferiores a los que pagan los alemanes o los franceses cuando se endeudan para comprarse coches o viviendas.
Todo ello nos lleva a una doble moraleja.
En tanto que el Banco Central Europeo reparta café para todos y Alemania siga siendo el líder económico de la zona euro, el diferencial inflacionista español abaratará el tipo de interés real del dinero, se mantendrá alegre la demanda interior y el modelo de crecimiento especulativo nacional no debería verse amenazado.
En tanto España siga siendo miembro de la zona euro, seremos tan respetados internacionalmente como los alemanes y pagaremos por nuestras deudas primas de riesgo que apenas reflejarán ni nuestra inflación, ni nuestras magras ganancias de productividad, ni nuestra deteriorada balanza comercial. No está mal.