Se ofrece conciliación, se necesita compromiso
La economía española es una de las mayores del mundo, pero su productividad es baja. El autor se suma al Debate Abierto en Cinco Días y señala la falta de conciliación entre las exigencias de las empresas y las demandas de los trabajadores como clave del problema
Nuestro Gobierno se ha marcado muchas metas para consolidar a España como uno de los países locomotora de la Unión Europea. Algunos de estos propósitos apuntan a mejorar el bienestar y la calidad de vida de los trabajadores y ciudadanos y otros se centran en elevar los niveles de competitividad y productividad de nuestra economía. La cuestión que se suscita es: ¿serán compatibles? Pues tendrán que serlo si queremos que España alcance la competitividad que corresponde a su tamaño económico y que el ritmo de crecimiento se mantenga estable en el tiempo.
A este fin parece responder Concilia, el plan integral de conciliación con el que la Administración general del Estado pretende mejorar la organización y el trabajo de los empleados públicos. Dicha iniciativa servirá como prueba piloto de que los dos propósitos de las economías avanzadas, bienestar y competitividad, no sólo son compatibles, sino necesarios a medio y largo plazo. España es una de las nueve economías con mayor PIB del mundo pero, en términos de calidad, no alcanza la talla que corresponde a su dimensión. Crecemos, pero muy por debajo de nuestro potencial y esto hace que perdamos puestos en el ranking de competitividad.
No moverse o hacerlo en la categoría de tortuga significa dar pasos atrás y España ya ha agotado su periodo de indulgencia. Está claro que nuestro camino no pasa por reducir los costes de producción. No podemos competir con países como China o India porque, para ello, tendríamos que renunciar a un merecido nivel de bienestar que tanto nos ha costado conseguir. Nuestras miras han de estar puestas en países como Suecia o Irlanda que han sabido generar y optimizar el capital intelectual que España necesita desarrollar para conseguir una ventaja competitiva sostenible. Nuestra competitividad, la de nuestras empresas, ha de basarse en actividades con mayor valor añadido, mayor especialización, más innovación y, por supuesto, un capital intelectual mejor aprovechado.
Hay que asimilar principios que reemplacen la presión laboral por energía, la mera presencia en el puesto de trabajo por la consecución de resultados
Para engancharnos a la locomotora europea, España necesita poner en marcha patrones competitivos renovados más acordes con los modelos organizacionales de los países punteros que con las tradiciones culturales. En la búsqueda de este valor diferencial, nuestro país necesita acumular capital intelectual: capital humano (conocimientos y destrezas), capital estructural (activos y saber hacer) y capital relacional (empatía y red de relaciones con el mercado y con la sociedad en su conjunto). ¿La solución? Un cambio de mentalidad amplio y generalizado que nos permita actuar como los países más avanzados y competir, como mínimo, al mismo nivel que ellos.
Bien gestionadas, las políticas de conciliación pueden ser un excelente instrumento -que no el único- para generar el potencial de competitividad sostenible que las empresas necesitan y la flexibilidad de tiempo y espacio que los trabajadores demandan. Pero, si la receta existía, ¿por qué no se ha puesto en marcha antes? En esta cuestión, algunos expertos ponen el acento en la dificultad de cambiar los enraizados hábitos españoles, otros se empecinan en afirmar que a mayor dedicación más resultados y menos plantilla, y otros temen que el empleado pueda ver la flexibilidad como un exceso de permisividad y manga ancha.
Sea cual sea el motivo del retraso, la prolongación rutinaria de la jornada laboral ha acabado por pasar factura: desde absentismo laboral, estrés, escasa fidelización, alta rotación y pandemias de desmotivación, hasta menores tasas de natalidad, desestructuraciones familiares y fracaso escolar de los hijos. En suma, se están agotando las reservas de motivación y el tiempo desaprovechado nos sale bastante caro (¡cerca del 8% de nuestro PIB!, según Proudfoot Consulting).
La economía debe asimilar principios empresariales más sofisticados que reemplacen la presión laboral por energía, la mera presencia en el puesto de trabajo por la consecución de resultados, la obligación por el compromiso, la simple remuneración monetaria por otra más integral, la cantidad por la calidad. Los resultados no son proporcionales a la prolongación de la jornada laboral por mucho que nos empeñemos en demostrarlo. O conciliamos o el sistema va a estallar en nuestras manos.
Como se ha repetido en las últimas semanas, las políticas de conciliación no implican trabajar menos, sino trabajar mejor, mejorar la organización del trabajo, despertar la creatividad e incrementar la competitividad. Pero no existen medidas de conciliación unánimemente válidas, todo depende del sector, de la compañía y del puesto de trabajo. Además, los costes financieros y de reestructuración que implican pueden echar por tierra todas sus ventajas. ¿La mejor receta? Cautela y, sobre todo, empatía.
Una mejor actitud en el trabajo multiplica el talento y los resultados pero, para ello, es importante que exista un contrato tácito entre empleador y empleado.
Además de la europeización de nuestros horarios, buena parte de las políticas de conciliación implican flexibilidad en tiempo y espacio, pero también llevan implícita una contraprestación que es un mayor compromiso por parte del trabajador. Para que el modelo de conciliación funcione es necesario que tanto trabajadores como empresarios ganen reorganizando su trabajo y, como suele ocurrir, la responsabilidad es de todos.