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La opinión del experto

Encaje de valores

Antonio Cancelo recomienda a los directivos ajustar sus vivencias y principios personales a la cultura de la empresa. En su opinión, si hay sintonía se podrán obtener más cómodamente resultados

La preocupación por cimentar los proyectos empresariales sobre la base firme de unos valores compartidos adquiere cada vez mayor consistencia, aunque se encuentre, como tantas otras cosas, con el escollo de la escasa dimensión de la mayoría de las empresas. Pese a todo, el trabajo sobre los valores gana espacio y es prácticamente imposible iniciar una reflexión estratégica sin detenerse a pensar en los principios o creencias en los que queremos se fundamente la arquitectura de lo que se pretende construir. Quienes hemos enfocado nuestra vida y trayectoria a partir de unos valores enraizados en los sentimientos más profundos del ser, no podemos sino saludar con alegría esta tendencia que camina en la buena dirección, dotando a la empresa de unos principios inspiradores que pueden revalorizar el ya de por sí importantísimo papel que juega en la estructuración de la sociedad.

Si se piensa, además, que las personas constituyen el soporte básico de las empresas, ya que con sus conocimientos, competencias y actitudes son capaces de crear los diferenciales que permiten distinguirse en el mercado, captando la decisión favorable de clientes o consumidores, razón de más para reforzar la necesidad de definir unos valores que den sentido a la acción diaria, cohonestando, en la mayor medida posible, las aspiraciones individuales y las colectivas. Creer en lo que se está haciendo es infinitamente más motivante que el simple cumplimiento de las obligaciones derivadas de un contrato y cuando un grupo de personas tienen fe en lo que hacen, están convencidas de que merece la pena, tenemos la base imprescindible para desarrollar un proyecto de éxito, sean cuales fueren las condiciones del mercado. Los grandes proyectos siempre han respondido a ideas claras, compartidas e impulsadas con vigor y coherencia por quienes ejercían el liderazgo.

Algunas experiencias recientes me alertan sobre ciertos errores que deberían ser evitados. En el trabajo de búsqueda que supone la definición de los valores se peca de un cierto academicismo, como si lo que verdaderamente importara fuera encontrar aquellos que otorguen una mejor imagen a la empresa, que sean más elevados desde un perspectiva ética o que reflejen un mayor compromiso social, es decir, se bucea en los valores teóricos y no en aquellos que identifican a las personas que participan en la reflexión, generalmente directivos que después deberán responsabilizarse de transformar en operativos los valores aprobados. En estos casos, los valores se quedarán como testimonio en el documento editado, pero sin que lleguen a inspirar la actuación de quienes componen la empresa, por la simple razón de que no son compartidos por aquellos que los elaboraron. La reflexión debería centrarse en descubrir cuales son los valores reales que inspiran la vida y el comportamiento de quienes tendrán más tarde que encarnar lo definido a nivel teórico.

Sólo cuando existe correspondencia entre la definición y las vivencias personales es posible conseguir que los valores traspasen el marco conceptual para convertirse en verdaderos inspiradores de la vida de la empresa, que de este modo define su personalidad y se dota de un motor de potencial incalculable para el logro de los objetivos que se proponga. Un directivo que sea consciente, sólo si fuera consciente debería serlo, de los valores que le inspiran, que dan sentido a su vida, intentará encontrar una empresa cuyos principios tengan el mayor grado de convergencia posible con sus creencias personales. Algunos pueden pensar que para puestos técnicos la cuestión carece de importancia, están lógicamente en su derecho, pero yo creo que resultaría conveniente en cualquiera de los casos. Esa convergencia no siempre es posible, lo que no impide mantener que sería deseable. Si lo observamos no desde el directivo sino desde la empresa, parecería razonable que en búsqueda de nuevas incorporaciones se tuviera en cuenta el encaje de los candidatos con los valores que presiden la organización de la entidad. No parece que esta sea la práctica más frecuente, antes al contrario, es difícil encontrar ejemplos de empresas en las que se haya incorporado como práctica habitual la toma en cuenta de la congruencia de valores. La cuestión no es baladí si es que se toman los valores en serio y no responden a una moda, ya que la falta de sintonía entre los valores de un directivo y los de la empresa constituye un problema grave que a la larga acabará actuando sobre la fortaleza del proyecto. Nadie debería predicar aquello que no cree o que creyéndolo no lo practica, ya que afecta a la credibilidad y generan desconfianza.

El directivo tiene que trabajar con las personas y todo el mundo es consciente de que la generación de confianza es un sustrato para el crecimiento de los proyectos, pero resulta imposible trasladar esa confianza si no se cree lo que se comunica, si hay una distorsión entre lo que se dice y lo que se hace, si simplemente se interpreta un papel, por muy bien que se recite. La importancia que tienen los valores en el diseño de cualquier proyecto aconseja bajar el tono de lo sublime para buscar más en el terreno de lo cercano y lo compartible, de aquello en lo que de verdad se cree y, en consecuencia, se está dispuesto a poner en práctica, sabiendo que es imposible llevar los valores al ámbito de los objetivos si los principales directivos de la empresa no los hacen suyos, y no se puede asumir de verdad como propio lo que está en contradicción con las creencias personales.

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