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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 11-S de los Estados del Sur

Nueva Orleans está más devastada que lo que estuvo Nueva York'. Con estas palabras, el presidente George Bush ha reconocido que el desastre provocado por el huracán Katrina puede ser mayor que el generado por los fatídicos atentados del 11-S. Una catástrofe natural, la mayor de la historia de Estados Unidos, para la que el Gobierno reconoce que no estaban preparados, a pesar de que las autoridades locales llevaban años advirtiendo sobre la posibilidad de que se produjese.

Los fondos necesarios para reforzar los diques que mantenían a Nueva Orleans a salvo de las aguas han sufrido importantes recortes en los últimos años. De los 100 millones de dólares reclamados para el departamento de Control de Inundaciones de Luisiana en el Presupuesto de este año, Bush asignó apenas 16,5 millones y el Congreso otorgó finalmente 34. Una cifra todavía muy inferior a los 69 millones presupuestados en 2001, justo antes de que los atentados del 11-S cambiaran de manera radical la agenda de prioridades del Gobierno y el Congreso estadounidenses.

El dinero para este programa, como el de muchos otros, fue recortado ante la necesidad imperante de volcar cada vez más recursos en la ambiciosa guerra contra el terrorismo. Una guerra que mantiene destacados en Irak a 65.000 soldados, restando capacidad de maniobra para poder hacer frente a crisis nacionales como la provocada por el Katrina. El Pentágono tardó cinco días en poder desplazar sus contingentes a los Estados azotados por el huracán, y esto es algo difícil de explicar a los cientos de miles de ciudadanos que lo han perdido todo y que han pasado casi una semana sintiéndose en el más absoluto abandono.

La aparente falta de recursos del gigante norteamericano a la hora de socorrer a sus propios ciudadanos sorprende en el exterior y provoca desconcierto e indignación dentro de Estados Unidos. Las retransmisiones hechas estos días por los medios de comunicación de todo el mundo reflejan una imagen de país tercermundista, muy alejada de la que suele emanar de la mayor potencia económica, política y militar del planeta. El Katrina ha puesto en evidencia la vulnerabilidad del país ante una catástrofe natural, al igual que los atentados del 11-S sirvieron para cuestionar las defensas del país ante la creciente amenaza del terrorismo internacional.

En 2001, la masacre provocada por Al Qaeda llevó al presidente George Bush y al Congreso estadounidense a volcar todas su energía política y económica en una cruzada sin cuartel contra los terroristas que llevó a descuidar cualquier otra prioridad de gasto: educación, sanidad, programas sociales, infraestructuras, etcétera. En 2005, el huracán Katrina podría suponer un revulsivo similar, forzando a los responsables políticos estadounidenses a revisar su lista de prioridades.

Ahora es el momento de atender a las víctimas y poner encima de la mesa toda la ayuda disponible. Luego vendrá una ingente tarea de reconstrucción. Es de esperar que la lección aprendida con esta catástrofe lleve a modificar, efectivamente, la agenda política de Washington. No sólo por el bienestar futuro de los propios estadounidenses, sino también por el del resto de sus socios políticos y comerciales.

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