Bush elige lealtad
La confirmación de John Snow al frente del Tesoro ha dejado muchas bocas abiertas. Con anónimas fuentes del entorno de la Casa Blanca y el Congreso, los diarios más prestigiosos e influyentes del país dieron por hecho que a Snow le quedaban días en el puesto mientras barajaban nombres en la lista de posibles sustitutos. Se decía que su situación era menos sólida que la del dólar.
Pero para sorpresa general, George Bush le mantiene en el Gobierno.
Tras la confirmación oficial la semana pasada, The Washington Post informó que después de sondear a algunos de los nombres que habían sonado para el puesto, entre ellos algún ejecutivo de Wall Street que lo rechazó, Bush concluyó que no había nadie 'ideal' para sustituir al líder del Tesoro.
El hecho es que Snow se ha ido revelando como el secretario del Tesoro que Bush quiere y necesita: un mensajero y relaciones públicas de unas políticas económicas que se crean en la Casa Blanca y no en su departamento. Además, Snow ha mostrado al presidente una inquebrantable lealtad, algo que Bush demanda de su equipo.
Los que alimentaban la idea de que se iría, razonaban que Snow no estaría a la altura de la ambiciosa agenda económica de Bush para la segunda legislatura en la que se planteará la reforma de las pensiones y de la ley tributaria como cuestiones prioritarias. Se argumentaba que un cambio tan fundamental demandaría un secretario del Tesoro con más peso político y académico y no sólo un promotor de políticas económicas que salieran del despacho oval y adyacentes.
El viernes, en un durísimo editorial, The New York Times lamentaba la continuidad del que calificaba como una suerte de 'yes man' del presidente que ha visto como se hundía la cotización del dólar y ha puesto en marcha unos recortes fiscales, 'mal concebidos', que no han animado la inversión ni dinamizado el empleo lo suficiente. Según este diario, ni la economía ni el dólar mejorarán hasta que Bush escuche a quien le diga lo que no quiere oír, algo que Snow hasta ahora no ha hecho.
Pero su permanencia al frente del Tesoro es coherente con la filosofía del resto de los nombramientos del nuevo gabinete y que no es otra que el premio a la lealtad. Los nuevos secretarios de departamentos son antiguos consejeros de la Casa Blanca, es decir, gente de absoluta confianza de Bush que consigue así que haya una mayor disciplina y armonía en el Gobierno. Los que planteaban problemas o querían hacer política, exceptuando el secretario de Comercio y el fiscal que se fueron por motivos personales, están fuera.
Probablemente este Gobierno monolítico no era lo que tenían en mente los que oyeron cómo Bush, tras ganar las elecciones, prometía a los que votaron a John Kerry que trabajaría para ganarse su apoyo. El presidente fue realista entonces: sabía que había ganado siendo el candidato más votado de la historia de EE UU, pero también sabía que Kerry perdió siguiendole en el ranking de los más votados lo que demuestra lo polarizado que está el país.
Tras las elecciones se especuló que Bush nombraría a algún demócrata para su gabinete. No lo ha hecho y va a necesitar mayorías cualificadas para algunas de sus reformas y necesitará votos demócratas. Snow se tendrá que esforzar mucho como relaciones públicas.