Resistir el terror desde la libertad
Madrid sufrió ayer la mayor masacre de la que tiene memoria Europa en tiempos de paz. En pocos minutos, los asesinos desplegaron en la capital la esencia del terror: matar de forma indiscriminada, intentar doblegar a los ciudadanos y a sus instituciones. Todo era incierto anoche, incluida la identidad de los autores de la matanza.
Pero una cosa era clara. Su objetivo: acabar, de un zarpazo brutal, con la sociedad abierta, con la libertad y con la vida de centenares de ciudadanos.
Los terroristas han dado un paso hacia el abismo con los atentados de ayer en Madrid, el mayor asesinato colectivo en España desde la Guerra Civil, y en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Tras atribuir el atentado de forma inequívoca a ETA durante todo el día, el ministro del Interior, Ángel Acebes, dio un vuelco a la situación a primera hora de la noche. Acebes reveló que las fuerzas de seguridad han descubierto una furgoneta con una cinta con versículos del Corán y varios detonadores. A la vista de todo ello, el ministro sostuvo que, aunque el sospechoso principal sigue siendo la banda terrorista ETA, ya no descarta ninguna hipótesis, incluida la de que la matanza fuese obra de un grupo extremista islámico. Una carta, supuestamente de Al Qaeda, enviada a un periódico en árabe con sede en Londres, reivindicó anoche para este grupo la autoría del atentado.
Sea quien sea finalmente el responsable de la matanza, después del día de ayer, 11 de marzo, nada volverá a ser igual. La fecha, grabada en negro como el 11 de septiembre en Estados Unidos, representa una línea divisoria en la psiquis colectiva de este país. Pero, aunque haya llegado la hora de la locura y del dolor extremo, no logrará cambiar el curso de la historia de España. Ni siquiera un asesinato tan descerebrado como éste, a tres días de las elecciones, sembrando con bombas trenes de cercanías repletos de trabajadores y estudiantes, logrará torcer la voluntad de los ciudadanos ni acabar con la democracia con la que nos hemos dotado. Si el zarpazo viene de ETA, la banda terrorista debe saber que no logrará torcer la voluntad del Gobierno, sea cual sea el partido que lo ocupe después del domingo, ni la de las formaciones políticas democráticas, las fuerzas de seguridad, la justicia o el resto de la sociedad.
Los expertos en mafias terroristas aseguran que una acción de este tipo pone de relieve, ante todo, y más allá de la miseria de sus autores, que la banda ha traspasado su línea final, tanto moral como organizativa, y que sólo el miedo a su propio colapso puede empujar a sus integrantes a semejante salvajada. Quizá. Pero también pone de manifiesto que este país entra a partir de ahora en una época en la que, hasta que el terrorismo sufra su derrota final, ETA intentará con zarpazos brutales torcer la dignidad y la resistencia de la ciudadanía. La matanza buscaba desatar una espiral de tensión y extender su propia dialéctica, la única que conocen: liquidar físicamente a quienes se resisten a sus objetivos y forzar al resto, con sangre, a rendirse por agotamiento y desmoralización.
Nada de lo anterior deja de ser válido si, finalmente, resulta ser Al Qaeda el responsable de la matanza. Aunque a esas reflexiones cabría añadir alguna otra. La primera es que en los albores del siglo XXI, las democracias occidentales se enfrentan, además de a sus desafíos internos, a un peligro exterior, cuyo aldabonazo primero se configuró el 11 de septiembre en Estados Unidos. Y cuyos ecos, de confirmarse, resuenan ahora trágicamente en España. Frente a esta amenaza, en estas horas de duelo, no cabe tampoco división alguna entre los demócratas. Ni entre la ciudadanía, que, aun atenazada por el dolor, debe acudir masivamente hoy a las calles y a las urnas.