La (mala) calidad del empleo
España tiene hoy 4,3 millones de empleos más que en marzo de 1996, cuando el PP llegó al poder por primera vez. El país empezaba entonces a levantar cabeza tras la grave crisis de 1993, que destruyó más de un millón de puestos de trabajo. En aquellas circunstancias, era comprensible que la principal preocupación política fuese crear empleos a cualquier precio. Ocho años más tarde, las cifras de empleo y afiliación a la Seguridad Social son indiscutiblemente más robustas. Pero el precio pagado ha sido la persistencia de una elevadísima tasa de temporalidad en el empleo, que llegó a alcanzar un pico del 35%.
La apuesta decidida de las empresas por el contrato temporal era lógica si se tiene en cuenta que rescindir un contrato eventual era, y sigue siendo, mucho más barato. El histórico acuerdo entre los sindicatos y la CEOE para rebajar la indemnización por despido de los nuevos contratos indefinidos tenía como objetivo animar a las empresas a utilizar más este tipo de contratación. Pero, a día de hoy, tres de cada diez trabajadores sigue teniendo contrato temporal.
La llegada masiva de inmigrantes ha contribuido, además, a tirar hacia abajo de los salarios en determinadas industrias. Y ello ha hecho que las bases medias de cotización de los nuevos cotizantes sean un 37% más bajas que las de los anteriores, con el consiguiente daño a las arcas de la Seguridad Social.
Cuando todo el mundo habla de globalización y deslocalización de industrias, las empresas españolas deberían preguntarse si realmente compensa apostar por tener plantillas temporales y poco cualificadas. Y el nuevo Gobierno debería buscar fórmulas para incentivar un empleo de más calidad que, a la larga, aporta más valor añadido y resulta más competitivo en una economía global.