La obsesión por el corto plazo
Tras entrevistar a cientos de directores financieros de Estados Unidos y Canadá, un grupo de profesores de las Universidades de Duke y de Washington han llegado a la conclusión de que la dictadura del corto plazo tiene efectos perversos sobre las compañías. La obsesión por cumplir o superar las expectativas de Wall Street está en el origen de alguno de los descalabros empresariales más sonados del pasado reciente, como el tristemente famoso caso Enron. Sin llegar a estos extremos, la mayoría de las empresas renuncian a proyectos prometedores a largo plazo por temor a decepcionar a los inversores.
El 80% de los entrevistados reconoce que está dispuesto a recortar los presupuestos de investigación o marketing con tal de cumplir las siempre elevadas previsiones de los inversores. Y la mitad de los financieros renunciarían a proyectos, inversiones o contrataciones que consideran beneficiosas para la compañía a largo plazo, con tal de cumplir el objetivo de aumento de beneficios trimestrales. Con lo cual se produce la paradoja de que, en el afán por impulsar el valor para el accionista con carácter inmediato, renuncian a crear mayor riqueza a largo plazo. Una riqueza que, además, seguramente sería más sólida y saludable que la ofrecida con carácter trimestral.
Las conclusiones del estudio parecen obvias ahora que vivimos la resaca de los grandes escándalos contables. Pero no conviene olvidar que, hace apenas un lustro, habrían sido consideradas como una herejía. Es importante que este tipo de fenómenos se analice con rigor y se establezcan conclusiones firmes para ir reduciendo la presión sobre unos directores financieros que, todavía hoy, se juegan el puesto si ofrecen una rentabilidad trimestral que la Bolsa considera insuficiente. Y es alentadora la exclusión, en la directiva europea de transparencia, de la obligatoriedad de presentar resultados trimestrales. Los efectos perversos derivados de un cortoplacismo extremo son demasiado graves para ignorarlos.